Pedro Simón (Madrid, 1971) coloca reportajes de contenido humano en El Mundo con la misma elegancia que Kroos cuando asiste a Ronaldo; aunque él es del Atleti. Durante esta entrevista cita constantemente a otros, periodistas, literatos o amigos desconocidos para la opinión pública. Según él, porque hay otros mucho más brillantes. Quizá se deba, más bien, a la deformación profesional de alguien que siempre intenta ponerse en los zapatos del otro para contar las historias. Su “periodismo de segunda velocidad” ha sido premiado bastantes veces y encuadernado en tres libros.
¿Qué es lo que más te gusta del periodismo?
Me interesa todo lo que tiene que ver con las historias que tienen cara, ojos, nombre. Más allá del periodismo de datos o de números. Está la famosa frase de Kapuscinski, que todos los periodistas citamos sin haber leído, “para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Tiene que ser así. Yo creo mucho en la empatía como herramienta de trabajo.
¿Cómo elegiste tú esta profesión?
Tengo un amigo que dice una frase muy divertida de por qué los periodistas elegimos esta profesión: “porque esto es mejor que trabajar”. Yo a eso voy a añadir que no sé hacer absolutamente nada… Ahora en serio, es porque creo mucho en el periodismo como motor de transformación social. Cada uno elige su trinchera para tratar de cambiar las cosas y yo elegí la de las palabras.
¿Quién ha sido para ti un modelo desde el punto de vista profesional?
Mi amigo José Luis Morales, que fue un grandísimo periodista, redactor-jefe de Interviú, decía “el periodismo son tres cosas: papel, boli y calle”. La informática, las herramientas tecnológicas y las redes sociales están muy bien, pero el día que nos olvidemos de estas tres cosas, se acabó la profesión. Me quedaría con José Luis, que ya está jubilado.
En mis referencias periodísticas actuales está Plácid García-Planas, un redactor de La Vanguardia, responsable de la sección de Internacional. Podría hablarte, además, de los antiguos, de Gay Talese, etc. Todos los americanos que contaban historias cocinadas a fuego lento en los 60 me interesan mucho. También cierto reporterismo que tiene que ver con ir a los sitios y contar las historias de otra manera, que pueden haber hecho gente como Juan Carlos de la Cal -en España- o el propio Manuel Jabois, alguna vez.
Jabois es un gran defensor del periodismo local, ¿tú qué opinión tienes sobre esto?
Creo que hay varias escuelas en el periodismo. El periodista tiene que hacer gimnasia de verbo fácil y de contar la noticia de modo sencillo. Picasso decía “a los doce años dibujaba como Rafael, tardé toda mi vida en aprender a dibujar como un niño”. En periodismo, para poder dar pie a la libertad creadora, para poder tener “la muñeca fácil”, hay que hacer antes esa gimnasia.
Un periodismo muy de gimnasia es el de agencias y otro, que es el que dice Manuel Jabois, es el de provincias. Allí haces absolutamente de todo: te puede tocar cubrir un suceso, un pleno municipal, o un partido del equipo de la provincia. Es una escuela de la sección de economía, de política, de deportes, de la que ningún periodista debería estar exento.
¿Qué busca Pedro Simón con las historias que cuenta?
El periodista que te diga que no busca pensar que su historia le ha quedado estupenda, te estaría mintiendo. Hay algo de placer estético y también un poco de querer transformar la realidad.
Y desde el punto de vista del público, ¿qué quieres que les llegue?
Cuando el público lee una historia –a mí me pasa alguna vez- debería sentir como si le golpearan con un bate de béisbol en la cabeza. Cuando tú notas eso es que el texto está funcionando. Si empiezas a leer, llegas a la sexta línea y pasas la hoja, se acabó. Pero si llegas a la sexta línea y notas como si alguien te tirase de la corbata y te metiese más en el texto, eso es que está funcionando.
Y luego, por supuesto, a la persona que se ha leído tres folios tuyos hay que regalarle un buen final; que es el beso con el que te despides del lector, que decía Plácid García-Planas. Yo digo que en vez de un beso es un regalo que le haces. Esa tensión tiene que estar ahí.
¿Qué hace un periodista que busca historias humanas en el periódico que busca scoops?
Bueno, es que hay grandes scoops humanos. Nosotros hace poco hemos contado la historia de un enfermo terminal y ha funcionado muy bien. Era una especie de diario con él, que ha llamado bastante la atención. Quizá también por humanizar un poco a todos estos compañeros míos, que son unos insensibles… (risas) Resulta llamativo. Uno piensa que de El Mundo solo interesan las historias de corrupción, de investigación, pero luego te das cuenta de que hay mucho feedback en las historias que tienen que ver con la gente, con las pulsiones más elementales: la muerte, la vida, el dolor, la alegría, la esperanza…Son las grandes historias eternas de la literatura y, por supuesto, las grandes historias eternas del periodismo, que también es literatura.
Funcionan a posteriori, pero a priori, ¿no te cuesta un poco venderlas?
Es algo que he hablado muchas veces con Pedro J. Ramírez, que para mí es un referente en muchas cosas, y que para los temas humanos siempre ha sido un poco refractario. Cuesta venderlos pero poco a poco también vamos humanizando a nuestros superiores (se ríe). Al final todo es muy sencillo porque también tienen enfermos en la familia, han oído hablar de algo llamado paro… ¿Cómo no va a interesar eso? Si no, serías una piedra.
El periodismo social, ¿no corre a veces el riesgo del sentimentalismo o de perder el foco de la objetividad ante la realidad?
Es verdad que el riesgo existe pero tampoco somos seres imparciales. Yo no creo en la objetividad ni en la equidistancia. Ni un periodista, ni un ser humano, pueden estar a la misma distancia del verdugo que de la víctima. Creo que hay que ser rigurosamente subjetivos, contar las historias honestamente, sin meterles más sal y más pimienta de la que tienen.
¿Puede hacer algo el periodista para contrarrestar que las historias impactantes dejen paralizado al lector en vez de moverle al cambio?
Yo creo en el periodismo como cambio social pero el periodista llega hasta un punto y esa raya no hay que pasarla. El periodista no es un activista ni va con una camiseta de una ONG, es un contador de historias. Evidentemente se cuentan para que eso mueva un engranaje y algo cambie, pero no puedes ir más allá. A mí me ha pasado contando historias muy duras que, durante un tiempo, hemos arreglado la vida de una persona y dos meses después te llama y te dice: “me voy a suicidar, ayúdame”. Claro, yo lo único que podía hacer era llamar al 112, porque sólo soy periodista. “Sólo”, que no es poco, pero no más.
Parece que siempre cuentas las historias desde el lado del más débil, ¿Es eso una decisión ética?, ¿consideras que el periodismo tiene un “deber social” de dar voz a los que no se oyen?
Sí, un poco todo. Hay una frase, creo que está en un libro de Gorki, en el que un personaje está hablando a otro y le dice algo así como “métete en mi piel, maldito sabio, y veríamos lo que tú serías”. Está hablando de la relación entre dos personajes, en la que uno de ellos se cree por encima del otro. Supongo que lo hacemos por dar voz a los débiles. Vallejo hablaba de “los suaves ofendidos que se elevan y cambian el mundo”. Yo creo que sí, que es una necesidad de dar voz a los que no tienen voz. Suena muy manido pero a mí me funciona.
¿No te gustaría probar alguna vez lo contrario?
Bueno. Talese decía que la gran deuda del periodismo ahora es que hay que humanizar a los malos, que hay que contar las historias de sus hijos, lo que piensan sus hijos de ellos, hablar de la cotidianeidad del “villano” y dejar lo otro un poco aparcado. Como decía Vargas Llosa, “la materia prima del periodismo es infinita”. Lo único que hay que hacer es ir ahí fuera, coger y amasarla. Claro que sí, eso sería fantástico hacerlo, lo que pasa es que me seduce menos. Igual que las buenas noticias, ¿por qué será, que nos seducen menos?
O sea, que de momento, Pedro Simón no va a contar la historia de los hijos de Rajoy, ¿no?
Bueno, conté una vez una historia de los hijos de Rajoy: A uno de ellos lo encontraron llorando en el patio del colegio, junto con el hijo de José Blanco. Los dos abrazados porque todos los niños se metían con ellos. Me pareció una historia tan terrible que la conté en el periódico.
Si te gusta la independencia de la agenda de los medios y de los departamentos de comunicación corporativa, ¿dónde has encontrado las mejores historias?
En la calle, en ese largo historial de amigos que tenemos, que son abogados, médicos, psicólogos, etc. Yo digo que en el periodismo social no tienes fuentes, tienes amigos. Veo que los compañeros de Política se manejan de otra manera pero en el periodismo social hay que estar en la calle, ser honesto y no meterte en una burbuja; no vivir en un chalet que valga cuatro millones de euros. No te digo que vayas a vivir al gallinero o a la Cañada Real. Pero sí tratar de ser honesto con lo que te cuentan y escuchar, más que hablar.
Has seguido mucho el tema del despilfarro en la economía española. En el caso de la prensa, aparte de dinero, ¿qué se ha despilfarrado, para que ahora esté tan en crisis?
La prensa está en crisis porque se han traicionado las esencias. Yo envidio al escritor de obituarios del Times, que en los años 60 se iba tres meses a quedar con la viuda, con el amigo, del tío que se iba a morir y podía contar su historia de forma sosegada. ¿Qué pasaba? Que cuando se moría el personaje te leías esas seis páginas del Times y eran una delicia, porque ese obituario era una obra de arte. Frente a eso, que quizá es un poco extremo, en lo que estamos ahora es en el tuit, en la ráfaga, en “no me agobies”; “un vídeo, pero que no dure más de veinte segundos, que si no, la gente no lo ve”. Bueno, pues que no lo vea. Los medios tenemos una labor educativa, pedagógica. Esto es una cosa que se tiene que hacer bien.
Antidio Cabal, que era un poeta canario, decía una frase que a mí me interesaba mucho. Hablando de la religión, decía: “es hora de que los cristianos se cristianicen o desaparecerán”. Yo creo que pasa un poco con el periodismo. Con todo el impacto de las nuevas tecnologías, o los periodistas vuelven a contar una historia bien contada, con rigor, bien contrastada y bien servida en la bandeja al lector, o seremos totalmente prescindibles.
El gran maestro Kapuscinski pasaba años viajando para escribir libros que ahora son mitos. ¿Ahora eso es impensable?
Ahora no hay nada de eso porque los medios están en otra cosa. Aquí, la corriente que tenemos que parar es la de “ve a un sitio, haz un vídeo, muy picadito, de un minuto…” Yo hago un vídeo –yo no, mi compañero que haces vídeos-, pero si es un vídeo de ocho minutos que merece la pena. Lo que no podemos es contar una historia en veinte segundos. Estamos a eso; esa cosita postmoderna, muy picadita, muy fragmentaria, para que no nos cause ningún esfuerzo consumirla y claro, Kapuscinski no entra. Aparte de porque es caro.
Es verdad que se percibe cierto efecto de volver a la cosa más cocinada a fuego lento, pero yo soy muy descreído. Y eso que me considero un privilegiado. Me dan libertad para hacer las historias que quiero, con un tiempo y una inversión razonables. Pero lo mío es una excepción. Veo compañeros increíbles, mucho mejores que yo, que no tienen oportunidad de hacer lo que a ellos les gustaría.
¿Piensas que para ser periodista hace falta haber estudiado periodismo, o haber recibido algún tipo de formación específica?
No sé qué público nos estará escuchando pero voy a decir lo que pienso. Creo que no es necesario tener una formación periodística como tal pero sí una formación y, sobre todo, leer compulsivamente.
Enric González –siempre estoy citando a todo el mundo, eso es porque uno no es muy brillante, pero hay gente que sí- dice que “el periodista tiene que leer como si le fuera la vida en ello porque le va la vida en ello”. Yo creo que un periodista que no lee no va a poder contar bien las historias.
Pedro J. te dijo que él no necesitaba saber cuánto costaba el autobús o cuál es la parada de metro más cercana al periódico para medir el pulso a la calle porque para eso estaban las redes sociales. Entonces, ¿qué hace Pedro Simón, que no tiene Twitter?
Es verdad, no estoy en redes sociales. Hay gente que me pregunta por qué y yo digo que porque tengo dos niños. Estás en el periódico, sales de aquí y llegas a casa, pero tienes un tamagotchi en el bolsillo que estamos alimentando constantemente. Igual que no nos gusta que nuestros hijos nos vean bebiendo una botella de ginebra, tampoco es muy aconsejable que nos vean todo el día con el móvil. ¡Lo que le faltaba a mi familia es que yo tuviera redes sociales!
Y luego sí que creo, honestamente, que nos hace un flaco favor al exceso de ego y de vanidad que ya tenemos. Los periodistas nos retroalimentamos, estamos constantemente hablando de periodistas, nos creemos que somos muy importantes pero a la gente de la calle eso le importa un pimiento. A lo mejor sí les importa la historia que les estamos contando si les hablamos de la vida. Pero estar ahí metido en esa especie de “espejito, espejito, ¿quién es la más guapa del Twitter?” Yo… Como herramienta lo respeto, entiendo que la gente joven –no como yo, la gente joven de verdad- esté en redes sociales, pero yo prefiero invertir mi tiempo en otra cosa.
Pero hay medios que exigen a sus periodistas que además de escribir las noticias, las monitoricen
El problema de los medios es que están exigiendo tanto al periodista que esperan que sea multitarea: que vayas con una cámara de fotos en la cabeza, una grabadora debajo del brazo derecho, que con el brazo izquierdo hagas un vídeo, que con el pie derecho tomes notas y con el izquierdo las contrastes. Si exigimos a la gente joven que haga periodismo multitarea, de forma rápida, no sé dónde va a estar la calidad; y si no hay calidad, no sé quién va a comprar un periódico.
Me podrías poner algún ejemplo de historia que te haya tocado especialmente.
Te voy a contar dos historias que me han marcado. Las dos son muy duras. Una es de una mujer que se llama Josephine. Estuvo una semana entera cruzando desde el Sahara hasta Puerto del Rosario, en las Islas Canarias. Ella salió con su bebé, que se llamaba Chioma; le dijeron que iba a ser un trayecto de unas horas y el trayecto fie de una semana. No tenía nada para darle de comer y estuvo dándole de beber los orines de la propia madre, en una lata, hasta que el bebé murió. Lo arrojó al mar y dos horas después llegó la gente de protección civil. Me acuerdo que estuvimos hablando con la madre, que recordaba cómo la niña le decía: “Mamá, comida” constantemente. Era la palabra que la niña repetía, durante días, hasta que murió. La madre no tenía otra cosa que darle.
Me quedaría con esa historia, por cómo esa mujer había rehecho su vida y por cómo lo contaba, y con otra, también de inmigración: Tuve la oportunidad de hablar con una mujer dominicana que se había ido a la deriva en una especie de patera durante dos semanas. Iban ella y varios hombres. Salvaron la vida gracias a que ella estuvo amamantando a todos los tíos que estaban en la patera durante días. Era una mujer que había dado a luz hace poco, había dejado al hijo en su tierra y había iniciado un proyecto.
Son de esas heroínas que, más allá de lo que nos vende la televisión, de lo que nos cuentan a veces los medios de forma un tanto banal, sin hacer ruido, un día aparecen por la vida y dices: “joder, esto sí que es importante y no lo que me están contando por Twitter”.
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