Doce años después de ser condenada por un asesinato que no cometió, éstas eran las primeras palabras de Dolores Vázquez ante un auditorio de juristas: “Todavía estoy esperando que alguien me diga un perdón, o algo”. Pero las disculpas no llegan. El Supremo ha rechazado este verano indemnizarla por la cadena de errores policiales y judiciales que la llevaron a pasar 17 meses -519 días- en prisión, a perder amigos y trabajo, y a ver su vida aireada en los telediarios. “Piensen en las 24 horas del día, en los insultos, día y noche. Una a veces se pregunta: ‘¿habré sido yo?’”.
Se la describió como una persona fría y calculadora, sin sentimientos de culpa, vengativa y cruel. Se la dibujó dentro de un personaje lleno de inquinas y pasiones, carne fresca para el macmenú servido por las televisiones. Dolores aún vive atrapada por ese personaje. “Para mí no ha terminado la lucha. No es tanto la reclamación monetaria, sino que se demuestre a la sociedad española que soy inocente y que siempre lo he sido. Que cuando vaya por la calle no haya codazos, o que si voy al Corte Inglés a probarme unos zapatos no esté a los 20 minutos rodeada de señoras diciendo ‘mira quién es ésta’”.
De poco sirvió que los medios revelasen que había sido otro el autor de la muerte de Rocío Wanninkhof, y que ese otro fuera juzgado y condenado. De poco que se archivasen las acusaciones que pesaban sobre ella por falta de pruebas. La madre de la chica muerta, y con ella una parte importante de la opinión pública, la sigue considerando tan culpable como el día en el que la Guardia Civil la sacó detenida de su casa delante de las cámaras.
El elenco de falsos culpables ajusticiados en tiempo real por el tribunal de la prensa está repleto de casos estremecedores. En esa lista figuran, por ejemplo, desde el verano de 2014, cinco jóvenes de la barriada marginal de La Corta, en Málaga capital, a los que se acusó falsamente de una violación múltiple durante la Feria. La versión preliminar de lo ocurrido, difundida por fuentes oficiales, contenía datos y estereotipos suficientes como para generar un relato creíble, que automáticamente fue divulgado en internet y redes sociales. El esquema narrativo era de una lógica aplastante: ‘Brutal violación de una joven por cinco chicos de un barrio marginal’. La compasión por la víctima y la repulsa hacia unos individuos que habían procedido de forma salvaje actuó como catalizador y la noticia suscitó el espanto colectivo.
Para sorpresa de todos, la juez puso en libertad a los supuestos autores y archivó el caso. El vídeo grabado con el móvil de uno de los detenidos reveló la falsedad de las acusaciones, e incluso llevó a la condena de la supuesta violada por falso testimonio. El estupor de la opinión pública generó al principio reacciones de incredulidad e incluso provocó duras críticas e insultos contra la juez a través de las redes sociales.
En uno y otro caso la opinión pública se forjó una idea sobre lo sucedido partiendo de la versión preliminar de los hechos facilitada por fuentes oficiales, ya fueran de la Policía o de la Guardia Civil, fuentes que estaban a cargo de las investigaciones. La versión primera -una hipótesis policial con visos de real, pero sujeta al contraste de las posteriores investigaciones-, se publicó como si fuese la verdad definitiva sobre los hechos. Los medios dictaron sentencia al compás de las detenciones.
La penetración que esta primera versión tiene en la opinión pública es incomparablemente mayor que las posteriores matizaciones, correcciones y relatos alternativos. Habitualmente, si el proceso de imputaciones sigue su curso, no es hasta la celebración del juicio –muchos años después-, cuando se coteja la versión incriminatoria con otros argumentos beneficiosos para el sospechoso, dado que el secreto del sumario impide escuchar la declaración de los investigados o tener acceso a la causa completa.
Y al llegar el juicio, suceda lo que suceda en la sala de vistas, los razonamientos o pruebas a favor del acusado no tienen tanto eco en la prensa como lo tuvieron las acusaciones formuladas en su día por la Policía, aupada en un pináculo de credibilidad pública de difícil contrarréplica.
Basta un repaso a las cifras, utilizando como ejemplo otro caso judicial de enorme trascendencia mediática, el caso ‘Malaya’, para constatar la colosal diferencia cuantitativa entre la difusión del primer y del último relato.
Número de artículos del caso ‘Malaya’ publicados antes y durante el juicio oral
ABC (Ed. Nacional) |
El Mundo (Ed. Nacional) |
El País (Ed. Nacional) |
|
Previas al juicio (30/03/2006-26/09/2010) |
432 resultados |
452 resultados |
361 resultados |
Durante el juicio oral (27/09/2010-31/07/2012) |
72 resultados |
67 resultados |
77 resultados |
Fuente: Hemeroteca ABC y MyNews
Como puede observarse, el número de noticias difundidas antes del juicio, y por tanto sin el posterior contraste de argumentos favorables a los imputados es entre cinco y siete veces superior a las informaciones aparecidas durante la celebración de la vista.
Si los indicios y hechos investigados llegan a los medios en su mayor parte durante la instrucción de la causa, facilitados por las fuentes oficiales encargadas de las investigaciones, ¿qué versión es entonces la que predomina? ¿No se ha prejuzgado a los investigados escuchando únicamente la versión de sus acusadores, muchos años antes de que los primeros tengan oportunidad de defenderse?
Atrapados en un personaje
El juicio de los medios es necesario. Es necesario para el correcto funcionamiento del sistema democrático y la convivencia. Lejos de ser dañinos o perjudiciales, y por denostados que estén, los juicios mediáticos con imprescindibles. Ayudan a la mejor comprensión ciudadana de los hechos. Preparan para el ejercicio de derechos y libertades. Una sociedad sin información es una sociedad menos libre. Pero igual que no todas las pastillas curan enfermedades, no todos los juicios mediáticos son certeros; no todos contienen la verdad completa.
Es interesante distinguir la verdad de los hechos, la verdad contada por los medios y la verdad juzgada por los tribunales. En ocasiones coinciden, pero a menudo sólo guardan similitudes. Lo que los tribunales pueden demostrar con frecuencia es diferente a lo que la prensa ha publicado, e incluso distinto de lo que ha sucedido. Y la prensa cuenta sólo parte de lo ocurrido, aquello a lo que ha tenido acceso, aquello que le han contado otros. Prensa y tribunales tratan de reconstruir el puzle, de elaborar un relato lo más parecido posible a la realidad con la información que les es facilitada.
Pensemos en el escándalo de las tarjetas ‘black’. La verdad es que existían, y que la prensa podría no haberlo sabido nunca, ni la Justicia tomar cartas en el asunto. Los medios informaron de aquellos documentos a los que tuvieron acceso, lo que no significa que ésa sea toda la verdad. El engaño podría ser mayor, o podrían existir casos parecidos en otras entidades que no han sido desvelados. La prensa cuenta lo que conoce, que no es toda la verdad, y construye un relato sobre ello. Y la Justicia recaba las pruebas que puede para construir a su vez un relato verosímil sobre lo ocurrido. En función de la solidez de esas pruebas podrá dictar o no una resolución certera.
¿Y cómo construye la prensa su relato? Son numerosos los estudios que apuntan hacia un eje básico latente en todas las narraciones, y que también articula el relato periodístico sobre los escándalos. Un eje dramático básico que se mueve en las mismas coordenadas que una fábula moral, donde se asignan roles a los personajes involucrados, siguiendo el esquema clásico de héroes y de villanos.
El clima de indignación desatado en los medios a raíz de la revelación del escándalo funciona como catalizador de este proceso, donde los comportamientos son etiquetados y se estigmatiza con rapidez a los investigados mediante la adjetivación y el uso de patrones y estereotipos. Expresiones como ‘cabecilla’, ‘cerebro de la trama’, ‘conseguidor’, y otras similares se emplean con profusión en los medios, dibujando los perfiles de los sospechosos.
Es el narrador, en este caso el periodista, el que adjudica los roles de héroes o de villanos, al hilo de la interpretación que él mismo hace de la información que le ha llegado. Y el juicio sobre los personajes se acentúa con la descripción que se hace de los mismos y de sus conductas, y con el uso de recursos literarios y el efecto de determinadas anécdotas y revelaciones.
Frente a los jueces, fiscales y policías, constituidos en héroes de la causa pública, operan los investigados, que en el relato de la prensa son descritos como sus antagonistas. Los héroes son condecorados y reciben homenajes. Los villanos son detenidos, encarcelados e insultados en la calle y en los medios.
Por eso es muy difícil que a posteriori, el que fue dibujado como villano sea rehabilitado y su fama se vea repuesta. Cuando más tarde, en ocasiones muchos años después, se exponen en una sala de vistas todas las piezas del rompecabezas y se desbarata la versión inicial, el que fue descrito como un villano en el relato público no dejará de serlo. Ha sido prejuzgado, embutido en un rol y expuesto ante la opinión pública en el interior de un personaje del que nunca podrá librarse, aunque la Justicia lo exonere del resto de responsabilidades.
Otras veces ocurrirá lo contrario: el resultado de las investigaciones acabará por confirmar la hipótesis preliminar. Y puede que entonces la Justicia no logre las pruebas suficientes para condenar a los culpables debido al tiempo transcurrido o a las tretas de sus abogados. Será entonces ese personaje malvado, dibujado por los medios de comunicación, la condena pública de estas personas, la única condena que sufrirán siendo culpables.
Marta Cristina Sánchez Esparza
Periodista especializada en Información Judicial en el diario El Mundo
Autora de la tesis ‘El relato periodístico de la corrupción: análisis del caso Malaya’
*Imagen de Dolores Vázquez: diario El Mundo
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