Además de escuchar a Jill Abramson en inglés o la traducción de la conferencia al castellano, ahora también es posible leer su intervención en la III Edición de Conversaciones

Como sabrán, voy a hablar de la importancia fundamental de la narrativa y de las historias en el periodismo. Empezaré mirando hacia atrás.

En la década de 1840, en Inglaterra, se reunían grandes multitudes en los muelles de Londres esperando la llegada de los barcos que traían la entrega mensual de “La vieja tienda de curiosidades”, la novela de Charles Dickens. Querían saber qué iba a pasar con la pequeña Nell, protagonista de esa novela. Me dirán: “¿qué tiene que ver eso con el periodismo? Esa actitud señala el anhelo humano, fundamental y básico que todos tenemos de que nos cuenten historias.

Y yo he pensado en Dickens precisamente en esta última temporada, y en Navidad, porque últimamente una de las cosas más populares en Estados Unidos son los seriales: un podcast, un audio que escuchas. En noviembre de 2014 tuvo mucho éxito una historia puesta en marcha por la periodista de sucesos Sarah Koenig del The Baltimore Sun que ni siquiera es de los periódicos más conocidos en los Estados Unidos. Lo que hace esta reportera en esta serie es diseccionar meticulosamente asesinatos antiguos. En este caso se trataba del asesinato de una chica en 1999. Habían acusado a su novio de matarla y lo habían sentenciado a cadena perpetua En los Estados Unidos esta serie transmitida mediante podcasting resultó ser popularísima. Es un medio bastante modesto pero esta serie se retransmitía cada semana y después de esta serie había más de un millón de oyentes que estaban enganchados y que estaban esperando cada entrega que salía los jueves por la mañana. En total, hubo doce capítulos y, debido a la popularidad de esa primera edición, se ha anunciado que Sara va a hacer otra. Va analizar otro caso y va realizar otra serie, con otra historia, probablemente otro asesinato.

Menciono a la pequeña Nell de Dickens porque pienso que los seriales son lo nuevo, están empezando a atraer la atención en Estados Unidos pero en realidad no es tan nuevo, es muy viejo: son los folletines del XIX y lo que he mencionado antes: el anhelo humano de que nos cuenten historias y lo hagan bien. Creo que ese anhelo es ahora mayor que nunca. Mathew Arnold, el poeta y crítico inglés del siglo XIX, poco posterior a Dickens, definía el periodismo de una forma fabulosa. Él decía que periodismo es contar historias con un objetivo y me parece que esa definición del trabajo que a tantos nos ocupa no es mala.

Yo he estado implicada personalmente en la creación de narrativas a lo largo de toda mi carrera como periodista. En The Wall Street Journal era reportera de investigación y escribí muchas historias y crónicas muy largas sobre diversos escándalos políticos en Washington. Siempre intentaba que la historia fuera lo más jugosa e interesante posible, de manera que los lectores no se aburrieran ni se abrumaran con pequeños detalles demasiado técnicos. Escribí muchos artículos largos sobre Bill y Hillary Clinton y tengo que decir que no fueron  de su agrado.

Creo que mi capacidad para contar historias fue lo que interesó a The New York Times cuando me ficharon en 1997. Allí estuve en primera línea en muchos casos, en muchas series narrativas que contaban historias. Muchas de ellas ganaron premios Pulitzer.

En el spot de hace un momento hemos visto una de esas historias de las que estoy muy orgullosa: Snow Fall sobre una avalancha de nieve en el estado de Washington, en el oeste de los Estados Unidos. Hubo un alud de nieve repentino y murieron varios esquiadores. Era una historia de aventura que había terminado mal. Una historia a nivel humano fascinante pero que también habla de los aspectos científicos: porqué se producen los aludes, y los efectos del cambio climático y cómo esos efectos están aumentando el número de los aludes que se producen. Era una historia presentada de modo multimedia y diseñada elegantemente. Incluía testimonios en video de los personajes que habían muerto, imágenes y secuencias de la montaña y todo ello enfocado de una manera originalísima que atrajo a lectores de todo el mundo. Esta historia abrió caminos en la forma de contar historias en periodismo.

Otros tipos de historias en los que estuve implicada en el Times fueron temas sobre corrupción política, investigaciones sobre casos de corrupción en China… Esas historias fueron complicadas pero muy interesantes. En una de ellas resultó que la madre de uno de los líderes del Politburó chino, una mujer mayor que vivía en un pueblecito, se había convertido en millonaria a base de diamantes. Fue algo que descubrimos y se convirtió en una historia fascinante. También, como la historia del alud, ganó un Pulitzer.

Otra historia fue la de Apple; Hicimos una investigación muy a fondo sobre la economía de esta empresa y examinamos la popularidad de los productos de Apple.

Es decir, como periodista me he dedicado a historias de largo aliento; han sido mi especialidad. Sigue habiendo un enorme público que anhela estas historias. Se puede seguir ganando dinero con historias periodísticas bien construidas y bien contadas. Creo que esto es indiscutible: el interés es cada vez mayor.

Se nos dice que los lectores tienen una especie de déficit de atención. Estamos continuamente con los teléfonos móviles, con los videos en you tube y nadie puede fijar su atención mucho tiempo en algo. Todo el mundo quiere fragmentos y que las informaciones sean lo más breves posible. Es verdad. Pero también observo otra tendencia opuesta en el desarrollo de los medios de comunicación que son nativos digitales. Hablo, por ejemplo, The Huffington Post que está creciendo mucho a nivel global, o en Buzz Feed, Vice Media -que tiene videos muy populares en la Red y en los canales de You Tube-, o en mi propio proyecto digital con Steven Brill.

En todos estos casos de plataformas digitales que están creciendo a toda velocidad- se están invirtiendo más recursos humanos y más dinero en la creación de series largas de investigación. Buzz Feed sigue presentando imágenes de gatitos que nos encanta ver cuando estamos en el trabajo, pero entre esas imágenes acaban de publicar, por ejemplo, una investigación  larga excelente sobre los problemas de la inmigración en los Estados Unidos. Ha sido una serie larga que ha tenido mucha repercusión y Buzz Feed estaba contento con el tráfico que había generado. Es decir, la gente sigue leyendo historias largas… siempre y cuando esas historias se cuenten bien y se presenten de tal manera que se disfruten.

Es emocionante para mí estar en Madrid invitada por la universidad de Navarra en la Fundación Rafael del Pino y haber estado en Pamplona porque está muy implicada en la formación de la siguiente generación de periodistas. Está haciendo lo posible para que sean los mejores cuentacuentos, los mejores contadores de historias del mundo. Yo ahora mismo estoy metida en un trabajo similar en la Universidad de Harvard donde dirijo un taller de escritura y nos centramos en las narrativas y las historias y los relatos. Estoy haciendo todo lo posible para que la siguiente generación de periodistas sepa contar historias, informar y montar estas historias largas que atraigan la atención del público.

Algunos de ustedes me están mirando con cierta expresión de escepticismo, pero voy a pasar a hablar de la intersección entre las historias y la publicidad. Saber ser un buen contador de historias, un escritor que cuente historias que lleguen es una habilidad de gran valor hoy en día. Trasciende prácticamente todo y entra en cualquier campo que se nos ocurra, hasta en la medicina, donde los médicos tienen que escribir estudios de casos sobre pacientes. En Harvard ahora mismo estoy participando en unas charlas con colegas para intentar convertir la universidad en un centro multidisciplinario en este campo.

La habilidad de contar historias es realmente más valiosa que nunca. ¿Qué tiene que ver con la publicidad? Estoy segura de que tanto en España como en los Estados Unidos ocurre lo mismo. Todo el mundo habla de la publicidad nativa o lo que llaman el branding usando la palabra inglesa. Toda esa publicidad es, al fin y al cabo, contar historias. Es una publicidad que no quiere parecer publicidad en el sentido convencional sino que quiere parecerse más al periodismo. Es una publicidad más sutil respecto a la forma en la que promociona el producto. El éxito de ese tipo de publicidad, tiene mucho que ver con la habilidad del contador de historias.

Lo que a mí me preocupa con este tipo  nuevo de publicidad es cuando miente, cuando su objetivo es engañar al lector y darle gato por liebre y no hay nada en el anuncio, en la revista, que nos indique que se trata de un contenido publicitario.

Lo que he visto en The New York Time hasta ahora no intenta engañar ni confundir a los lectores. Se ve claramente que es publicidad pero está tan bien hecho que casi parece información. Es una nueva forma de publicidad y se ha convertido en un negocio multimillonario en los Estados Unidos y no sé si en España es así pero lo será. Y para tener éxito en este campo hay que tener buenos contadores de historias y gente que sepa crear esa forma de publicidad.

Una semana antes de marcharme de The New York Time, los de Conde Nast que publican el Vogue, el Vanity Fair y la revista del New Yorker anunciaron que iban a crear un departamento específico dedicado a este nuevo tipo de publicidad y que iban a utilizar a algunos de sus redactores para que se dedicaran a estos anuncios porque había una enorme demanda de esta nueva publicidad narrativa. Cuando hablo de las habilidades narrativas y digo que esto vale dinero en el mercado, no estoy hablando solo de las noticias. Estoy hablando de todo. Creo que esto nos plantea a los que hemos tratado ser claros y concisos en lo que escribimos, a pensar creativamente, a buscar noticias, experiencias, testimonios, salir a la calle, contar historias.

Me gustaría añadir un par de advertencias. En el panorama que he descrito, hay dos tendencias que me preocupan, que pueden ser un obstáculo para esta nueva forma de hacer periodismo.

El primer obstáculo tiene más que ver con el mundo universitario. En Estados Unidos, y me dicen que pasa lo mismo en Europa también, el estudio de las humanidades, la gran literatura, el arte, la música, la filosofía y demás asuntos relacionados está en declive desde hace mucho tiempo. Eso ocurre por una serie de motivos. No sólo porque haya menos buenos libros que estudiar o porque haya dejado de ser fascinante. No. Se debe principalmente a presiones económicas. En EEUU el coste de la enseñanza universitaria se ha disparado de una forma vertiginosa y muchos estudiantes se endeudan para poder hacer la carrera. Eso, combinado con unas condiciones económicas bastante duras, se traduce en que los jóvenes se sienten muy presionados a estudiar cosas que a ellos les parece que les va a proporcionar un empleo cuando terminen la carrera. Si eres estudiante en EEUU la filología, la literatura, no te interesan porque piensas que con la filología no vas a poder conseguir un trabajo. En Harvard estoy tratando de dar la vuelta a la tortilla y decir que el poder de las historias, el saber escribir claramente una historia interesante, es algo muy valioso que te puede ayudar a conseguir un trabajo. Quizá no resulte tan evidente como en el caso de, por ejemplo, la tecnología informática o la economía, pero sin duda ese talento es importantísimo y se puede convertir en dinero.

Quiero decirle a los estudiantes que se encuentran en el público que la principal razón para estudiar una carrera de letras, como literatura o algo similar, es que os ayudará a desarrollar un placer durante toda la vida. Podréis disfrutar de grandes libros, de grandes obras de arte durante el resto de vuestra vida.  Van a enriquecer vuestra vida y van a ser la mejor compañía que podáis tener a lo largo del tiempo.

Lo cierto es que estos son campos que están decayendo y mucho. Las Universidades más prestigiosas de EEUU como Yale o Harvard han visto como el número de estudiantes de literatura inglesa se ha reducido a la mitad comparado con el año 91. Realmente se ha producido una caída enorme en el número de personas que estudian literatura y, de hecho, para los novatos que llegan a Harvard, lo más popular es introducción a la informática. Cientos de alumnos se apuntan a informática y a economía en segundo lugar. Uno de mis objetivos en Harvard es intentar hacer todo lo que esté en mi mano, junto con colegas que siguen mi misma línea, para que las letras, la literatura, vuelvan a popularizarse. Porque además los profesores que imparten esta asignaturas en Harvard son impresionante, alucinantes. Son los mejores de sus respectivos campos.

Lo que realmente me preocupa de este declive de las humanidades en las universidades es que está creando una estrechez de miras técnica. La gente ya no va a la universidad por el deseo de aprender. Incluso en épocas en las que hay una gran crisis financiera, lo cierto es que estáis bajo una gran presión y pensáis ¿Voy a conseguir un puesto de trabajo cuando salga de la universidad? Es normal y lo entiendo, pero a la vez pienso que es un error que estudiéis algo simplemente porque penséis que va a quedar bien en el curriculum.

Si habláis con los empresarios y les demostráis que sois capaces de hacer lo que necesitan – y ellos necesitan empleados capaces de pensar y gestionar con claridad, para ayudar a hacer crecer la empresa-, al final veréis que es una forma mejor de tener éxito en cualquiera de los campos a los que queráis dedicaros más que convertiros en expertos técnicos de una cosa muy concreta. Por  eso quiero transmitir hoy ese mensaje a favor de las humanidades.

La otra cosa que me preocupa cuando pienso en el futuro del periodismo de calidad es la censura.

En primer lugar me gustaría hablar de cómo he presenciado casos de censura personalmente en mi país y luego hablaré también de la censura a nivel global. Yo estudié mi licenciatura en Harvard justo durante la época en que había un sentimiento anti-Vietnam muy profundo. Esto se veía reflejado en los periódicos y comenzó una tradición en EEUU de lo que llamamos Wiseblomen. O sea, gente que trabajaba en seguridad nacional que -como pensaban que estaban presenciando algo ilegal o que el gobierno estadounidense estaba mintiendo a los americanos-, el único recurso que tenían era acudir a la prensa para hacer público ese comportamiento que estaban presenciando.

En el caso de Daniel Elsberg, filtró al New York Times y publicó en el año 71 una serie de noticias sobre la guerra de Vietnam. Desdecía así a The Pentagon Paper, unos documentos en los que el gobierno intentaba decir que la guerra iba mucho mejor de lo que realmente iba. Eso fue crítico a la hora de abrir los ojos del pueblo americano a la dimensión auténtica que tenía esta guerra de Vietnam. El caso llegó a los tribunales y se publicó una sentencia a favor de la prensa libre.

En el caso de los documentos del Pentágono, el Tribunal Supremo dijo que no se podía prohibir a un periódico americano que publicara un artículo. Después de publicada la noticia se puede llevar a los tribunales, pero antes no. De hecho ahora hay una ley que impide restricciones previas en EEUU. No os voy a contar toda la historia aburrida de cómo se legisló de esta manera, pero en el caso de Snowden hemos podido ver algo parecido.

Hablando una vez más de la Historia quiero decir que en EEUU los fundadores del país estaban comprometidos con la prensa libre. Thomas Jefferson dijo que si tuviera que elegir entre tener un gobierno y no tener periódico, o tener periódicos y no tener gobierno, prefería tener periódicos. La prensa era considerada como una institución esencial para hacer rendir cuentas al gobierno, para impedir la tiranía y el poder centralizado. Por eso, la primera enmienda a la Constitución habla de la libertad de prensa.

¿Qué relación tiene esto con el caso Snowden? como sabéis, The Guardian, fue el primer periódico en Inglaterra con el que se puso en contacto Snowden. Snowden había trabajado como analista y se encontró con lo que pensaba que era espionaje por parte del gobierno. Consiguió una serie de correos de americanos que se comunicaban con fuentes extranjeras y decidió que tenía que acudir a la prensa porque, como ha explicado en múltiples ocasiones, él pensaba que, si esos programas de espionaje se llevaban a cabo como era el caso de forma secreta, era como una especie de guerra contra el terrorismo para proteger al pueblo americano. Así es cómo se intentaba justificar. Según Snowden el público tenía que conocer los límites y la dimensión de esa guerra contra el terrorismo y, también, si la gente estaba dispuesta a aceptar estos espionajes tan extensos. Técnicamente es ilegal que funcionarios del gobierno filtren información a la prensa, pero así ocurrió en el caso de los “Wikileaks”. Yo he trabajado mucho con The Guardian, con El País y sé que se creó este consorcio para intentar publicar esas filtraciones de una forma sensata y prudente.

Lo que ha ocurrido en EEUU es que sigue existiendo esa ley que impide la restricción previa de publicación, cosa que por cierto no existe en Inglaterra que es donde está The Guardian. Así que cuando The Guardian publicó la primera historia de Snowden, GCHQ (Government Communications Headquarters)que es el equivalente a la NSA (National Security Agency) se dirigió al director del The Guardian y les dijo: “ya os lo habéis pasado bien, ya habéis hecho una cosa divertida, tenéis que dar todo el material que os haya dado Snowden. No os vamos a permitir que lo conservéis. Tendréis que destruirlo o entraremos en vuestras oficinas y lo cogeremos”. Esto es porque en Inglaterra no existe esa protección de restricción previa que tenemos nosotros en EEUU. Como dije antes, yo he trabajado  con The Guardian y con El País por el tema de los wikileaks. He estado en contacto con el director de The Guardian tan pronto como se publicó la historia de Snowden y, afortunadamente, el director de The Guardian decidió que sería prudente compartir estos documentos con The New York Times. Así que lo que hizo fue trasladar este material que estaba en Gran Bretaña -donde no hay una tradición anti-censura tan sólida como la que tiene EEUU- y enviarlo a EEUU. Y, no voy a decir quién, pero de alguna manera Alan Rusbridger, y yo hemos trabajado en estrecha colaboración con otra gente. Es impresionante lo que puedes meter ahora en un pen-drive… Ahí se metieron todos los documentos que tenía The Guardian y así fue cómo se transfirieron a Estados Unidos y yo creo que hasta ahora han actuado de forma muy responsable. La razón por la que The New York Times se metió en esta historia fue precisamente por esa diferencia legal entre EEUU e Inglaterra porque al final el gobierno británico entró en The Guardian y el director y su personal tuvieron que romper los ordenadores donde estaban los documentos. Este verano cené con el director de The Guardian en Nueva York y él se sacó del bolsillo un trocito de disco duro que habían roto con un hacha y me dijo: “seguro que consigo un buen precio en e-bay por estos trocitos”.

Lo que me preocupa en EEUU es que The New York Times y otros grandes periódicos no puedan seguir publicando estas historias. Las administraciones Bush y Obama han sido realmente muy agresivas a la hora de llevar a los tribunales a los que han filtrado noticias. A Chelsea Manning, por ejemplo, que fue una de las fuentes de los Wikileakes, Edward Snowden… Ha habido nueve casos de los Wikileakes que se han llevado a los tribunales por lo penal y, de hecho, en algunos casos han tratado de obligar a los periodistas a revelar cuáles han sido sus fuentes.

Creo que ésta es una tendencia horrible que ha hecho que el periodismo en Washington se haya convertido en una profesión muy difícil. Poder hablar sobre la seguridad nacional es muy difícil. Lo peor que le puede pasar a una persona que trabaja en el NSA o la CIA o el Pentágono es que los periodistas escriban sobre sus documentos. De hecho, me han dicho que el ambiente en Washington nunca había sido tan difícil, nunca les había costado tanto a los periodistas hacer su trabajo como ahora.

Me preocupa que el público no reciba la información que necesita para que el gobierno siga rindiendo cuentas y asegurarse que todos esos programas de seguridad nacional sean coherentes en un país que se enorgullece de sus libertades civiles.

Hace unos minutos hablé de lo orgullosa que me siento de todas las noticias y relatos que publicamos en The New York Times sobre corrupción política en China. 45 segundos después de publicar esa historia, que se tradujo al mandarín y colgamos en nuestra web, el gobierno chino bloqueó la página web de  The New York Times y así sigue después de casi dos años. La última vez que estuve en China no tuve acceso a The New York Times durante mi estancia en Beijing. Cuando introducía los términos The New York Times no salía nada.

A mí me gustaría saber cómo se siente una persona sin poder leer The New York Times. Yo lo sentí cuando estuve en Beijing. Una gran ciudad metropolitana y no poder leer, no poder acceder a The New York Times, me enfadó muchísimo.

Por eso creo que si estáis, como yo, comprometidos con el futuro del periodismo de calidad, lo que tenemos que hacer es tener el mayor impacto que podamos. Una de las cosas maravillosas de la edición digital es que tienes una audiencia global y, si ciertos países se dedican a censurar lo que aparece en Internet, en ese caso dejas de tener una auténtica audiencia global. En ese sentido, ésta es una tendencia muy preocupante y espero sinceramente que el presidente chino decida de una vez por todas desbloquear The New York Times. Han hecho lo mismo con Blue Dom por cierto.

Éstas son algunas de mis preocupaciones aunque ninguna de ellas hace que deje de ser optimista con respecto al futuro de la narrativa. Y una última cosa que quiero decir muy rápidamente sobre la censura y es que la autocensura también puede constituir un problema. Puesto que estoy aquí, en Madrid, la historia del HSBC y las cuentas en Suiza han tenido mucho impacto, las cuentas del banco que mucha gente rica del mundo ha utilizado para proteger su fortuna y no pagar a Hacienda. Quiero decir que es estupendo que El Confidencial haya publicado los nombres de los españoles que tienen cuentas en Suiza con HSBC.

Entiendo que no todo el mundo se hubiera atrevido a publicar esos nombres pero esuna gran historia que merece la pena conocer. Es un gran trabajo y es estupendo ver como un periódico que es principalmente digital ha desarrollado un trabajo muy importante contando la verdad.

 

Jill Abramson

 

 

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