Si dijéremos que Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981) es “El Corresponsal” español en África serían muy pocas las voces que se alzarían para protestar. Seguramente, una de esas pocas sería la suya.
Lleva 15 años recorriendo el continente negro con poco más que una libreta y, a pesar del éxito que tiene su trabajo en España, él sigue vibrando con las historias pequeñas de personas anónimas. Si uno le pregunta cuál es su secreto, Aldekoa contesta rotundo: “Ir hasta los sitios, intentar escuchar, intentar comprender”. Un periodismo comprometido que ha sido premiado en múltiples ocasiones, la última de ellas, el pasado mes de febrero, cuando obtuvo el Premio iRedes Letras Enredadas.
Antes de empezar esta entrevista, una persona se acerca para pedirle que le dedique su libro (Océano África) y las palabras que escribe son un avance de lo que vendrá después: “que nunca nos cansemos de mirar”
¿A Xavier Aldekoa le encanta África o le encanta el reporterismo y, para eso, África da mucho juego?
No son cosas incompatibles. Me gusta mucho el reporterismo porque me gustan mucho las personas y África, como lugar, me parece también fascinante. Ahí hay tanto por contar y por aprender… Cuando fui al principio –tenía veinte años- iba buscando respuestas y pensado que volvería más sabio pero cuando vuelves es con más preguntas. Esa capacidad inacabable de sorprender que tiene, si abres los ojos y los oídos, me parece extraordinaria. He aprendido muchísimas cosas de África y de los africanos.
En su opinión, ¿quiénes –periodistas, medios o instituciones- están dando una visión más nítida de lo que pasa allí?
Me da la sensación de que la información en África, ahora mismo, está en manos de gente con mucha vocación. La crisis del periodismo ha generado algunas cosas negativas pero prefiero quedarme con las positivas y creo que hay una generación de gente joven, de treinta y pico años, que está trabajando en África porque hay un compromiso con el continente y queremos explicarlo desde diferentes aristas.
Lógicamente, hay que explicar las crisis y las guerras porque lamentablemente siguen ocurriendo, pero también la cultura, el arte, los movimientos sociales, la demanda de derechos de la sociedad, ese despertar de los jóvenes, cómo se está introduciendo la tecnología… Creo que hay gente que está contando todas esas aristas de África. Cada vez más, me encuentro como parte de un grupo de periodistas –muchos freelances, colaboradores malviviendo- que tienen un compromiso con el continente que va más allá del medio de comunicación. Se me ocurren varios nombres pero para no olvidarme ninguno, lo dejo así un poco abierto.
En África vive un 14% de la población mundial. ¿Cómo se seleccionan los hechos noticiables de todo un continente?
Hay que leer mucho, mantener muchos contactos, intentar no dejar de mirar algunas zonas un poco más oscuras informativamente… Todo con las dificultades que hay. En la zona de Boko Haram hay un silencio informativo porque no permiten acceder, ni siquiera a periodistas locales. Pero tienes que intentar que eso no te detenga. Ser consciente de las limitaciones e intentar informar de una manera justa y equilibrada, no solo explicar las guerras. Probablemente las cuestiones sórdidas llaman más la atención mediáticamente pero si quieres hacer un trabajo justo tienes que luchar para que también salgan otro tipo de informaciones.
Cualquier africano que nace tiene más probabilidades de acabar los estudios que de sufrir una hambruna, lo que pasa es que nosotros tenemos la imagen del africano pobre. Pero la mayoría están viviendo en ciudades, la educación está creciendo muchísimo, es un continente que va hacia arriba; con problemas en la mochila, algunos países de una manera muy lenta, o paralizada, pero en otros no. Intentar jugar con eso significa estar atento a todo el continente.
¿Cómo le da tiempo a llegar de un lado al otro, cuando pasan las cosas?
Hay una cuestión complicada con África y es que normalmente no está en la actualidad. Si Merkel hace hoy unas declaraciones, mañana tienen que salir publicadas y si Obama hace algo, igual. En África no tanto –bastante menos- y eso significa que puedes buscar más historias. No es tanto una cuestión de actualidad sino de hablar de lo que somos los seres humanos y para hablar de sentimientos (de odio, de alegría, de fraternidad…) necesitas tiempo.
A mí me gusta más dedicar tiempo, por ejemplo, a explicar la historia de una niña de Sudán del Sur que, cuando le dan la oportunidad de estudiar, atraviesa un país en guerra andando. A lo mejor eso nos conecta más con los seres humanos que las elecciones en Níger, que pueden tener un interés relativo. Prefiero ir a la esencia de las personas.
Cuando un periodista cubre un conflicto o un problema social, uno de los retos es explicarle a los implicados la importancia de que lo que está pasando se dé a conocer. En África si, por ejemplo, va a cubrir el ébola, ¿cómo hace para que una persona, que quizá no habla su idioma ni sabe leer, le cuente su historia?
La clave de todo es el tiempo. Si le dedicas tiempo a la gente quizás te den el privilegio de contarte lo que les está ocurriendo. Pero eso no en África, en cualquier sitio del mundo. Si yo llego a un lugar y pregunto directamente por una cuestión personal a alguien probablemente me mire raro y no me conteste, incluso lo verá como una agresión. Pero si paso una semana con esa persona, interesándome de verdad por lo que le está ocurriendo, explicándole también que soy periodista, quizá creo ese puente. Para mí eso es un privilegio enorme, que genera un compromiso de contarlo y hacerlo bien. Cuando me peleo con mis jefes no estoy pidiendo espacio para mi ego. No hay nada que me da más rabia que no poder explicar bien algo de una persona que me haya abierto su vida. Es como si cargaras su tesoro para poder explicarles a los demás qué ha ocurrido. Esa responsabilidad me parece muy bonita.
En Europa tenemos la sensación de que en África existe un antes y un después de Boko Haram pero, ¿hasta qué punto es una realidad que afecta a todo el continente?
El yihadismo está siendo complicado porque está creciendo mucho en todo el continente. Es algo evidente, yo he podido palparlo en apenas diez años. Pero, en este caso, hablar de África en general es un error porque aunque Boko Haram está en una zona muy grande (la zona fronteriza entre Nigeria, el Chad, Camerún y Níger) no afecta para nada en otras zonas del continente, que incluso van a mejor. Por ejemplo, si vas a Sudáfrica, sin duda está mucho mejor que hace veinticinco años, aunque tenga sus problemas. Botsuana, Senegal, son países que democráticamente están avanzando.
África es muy diversa pero es verdad que el yihadismo está afectando mucho en el cinturón africano, ya sea el de Al Qaeda en el Magreb islámico, el de Boko Haram en la zona que hablábamos o el de Al Shabab en la zona de Somalia.
Sin duda, el olvido mundial sobre estas poblaciones ha sido un caldo de cultivo. Son zonas muy pobres donde hay muchísimo analfabetismo y, sobre todo, es clave que son países con gobiernos huecos, que no dan protección a sus ciudadanos. La gente intenta buscar una salida y esa puede ser el radicalismo, aunque la mayoría no lo hace.
Cubrir información en estas zonas es peligroso muchas veces, ¿cómo hace para manejar el miedo y la inseguridad?
El riesgo se intenta minimizar y tratas de que condicione lo mínimo tu trabajo pero, ¿sabes qué? Hay algo obsceno en hablar de los riesgos que puede tener el periodista -que casi siempre son los menos en la zona donde estás trabajando- porque estás hablando con gente que está en ese riesgo de manera continua y lo ha sufrido de verdad; han sufrido violaciones, asesinatos, secuestros, tienen hambre, tienen sed… Estoy hablando de los peores escenarios. Es como si, desde una ventana, estuvieras viendo a alguien mojarse debajo de una tormenta brutal y, en vez de centrarte en el frío que está pasando esa persona, que a lo mejor lleva cinco días debajo del agua y está pasando hambre, te detengas a decir que hay tres gotas que te han salpicado cuando estabas mirando. Ese riesgo forma parte del trabajo pero yo soy el único que puedo coger un billete de avión e irme cuando quiera.
Por supuesto que intento minimizar el riesgo, soy el primer interesado en volver a casa y contarlo, pero detengámonos en la persona que lo está pasando mal y contemos la historia.
Cada vez que vuelve a España, y también por el eco que recibe en redes sociales, verá el éxito que tienen tus crónicas, ¿cómo se combina la realidad que ve allí y el ego de aquí?
Tengo la suerte de tener una familia que me apoya pero que también me deja claro que lo importante es la gente. En mi caso, mi compañera Julia también es periodista y ha viajado muchísimo por África, y eso facilita las cosas.
Creo que sentirse insignificante es una manera de hacer bien tu trabajo; saber que eres una parte más de un engranaje de personas que intentan hacer un trabajo comprometido.
Los seguidores, los aplausos en Facebook no van más allá. Por supuesto es agradable que la gente te lea y le guste, y tener ese feedbak para saber si está llegando es importante pero el ego es el primer paso para empezar a hacer las cosas mal, porque no trabajas para la gloria personal sino para explicar la historia de la gente.
Un reportaje no ha cambiado la historia y nadie ha cambiado el mundo con una frase, pero si te consideras una pieza muy pequeñita de gente que está empujando hacia una dirección, hacia que las cosas cambien, no te desesperas tanto. Yo soy uno más entre miles de personas, no solo periodistas, me refiero a profesores, padres, educadores… gente que intenta que las cosas vayan un poco mejor y haya menos injusticia.
Carmen García Herrería | @carmengherreria