El periodista argentino Hernán Zin acaba de estrenar el documental “2020”. Él y su equipo han estado en algunos hospitales de Madrid, han presenciado situaciones traumáticas para profesionales sanitarios, cuerpos de seguridad y otros profesionales, los enfermos y sus familiares. Con el artículo 20 de la Constitución española en mano, consiguió meter las cámaras en espacios y lugares que no se estaban haciendo visibles para la gran mayoría de la población. “Somos la única profesión que está reconocida en la Constitución, a mi nadie me iba a impedir entrar en un hospital”, con esta contundente afirmación Hernán empezó a grabar lo que han sido los momentos más críticos de la pandemia en España. La narración de la película no es política, sino social y emocionante. Su intención con esta radiografía no es abrir heridas, sino que sirva como catarsis y para la reflexión personal.
¿En qué momento, desde que llegan noticias sobre los brotes de Covid19 en China hasta el día que se declara el estado de alarma en España, tú te planteas salir a grabar?
Fue inmediato. Cogí la cámara y salí a grabar. Empiezo a llamar a gente, amigos y médicos que trabajan en hospitales. También me acerqué hasta algunos hospitales, aunque en muchos no me dejaban entrar y me echaban. Al principio fue muy complicado. Entrevistaba a los médicos desde sus casas por Zoom. Era un golpeteo continuo contra una pared. Hasta que se fueron abriendo las puertas. Sabía que había una historia que contar, importante, un hecho histórico. Tengo derecho -era lo que decía- a estar en estos lugares filmando lo que está pasando. Con las cifras no era suficiente. Faltaba una parte humana, emocional. Tuve que creérmelo mucho para poder entrar en los sitios.
Durante esta pandemia ha habido una ausencia de imágenes muy llamativa. Han sido muy pocas las fotografías capaces de trasladarnos una idea visual de lo que estaba pasando.
Sé que otros compañeros también se han quejado mucho. Quizá yo he tenido suerte. A veces me decían que me dejaban entrar diez minutos, pero les respondía que yo no quería estar diez minutos, sino diez días. Me iba ganando la confianza de la gente. Incidía mucho en que necesitaba estar ahí tiempo, no podía solo hacer una foto e irme. También me lo exigía el propio género documental, para el que necesitas tiempo con las personas para construir la historia y los personajes. Hemos hecho 30 horas de grabación en ambulancia, que forman parte de otro documental sobre la pandemia. Hicimos 20 días de UCI, en la morgue también estuvimos y no dejábamos de atender llamadas de teléfono. Sé que las grandes cadenas de televisión se autocensuraron bastante. Si yo pude, que era solo un tío con una cámara, el poder que hubieran tenido otras cadenas hubiera sido mucho mayor. Pero entiendo que también había miedo. Yo asumía mi propio riesgo. La política de puertas cerradas del gobierno tampoco facilitó las cosas. Me di cuenta de que todos los médicos querían hablar. Intenté grabar en muchos sitios de Madrid, pero fueron tres – Torrejón de Ardoz, el 12 de Octubre y el servicio de ambulancias – los que me abrieron las puertas y ahí me quedé para construir los personajes de la historia.
¿Eres de los que veía venir lo que luego fue la pandemia?
Yo, que he pasado siete veces la malaria, he cubierto la crisis del cólera en Somalia y también el ébola en el Congo, pensaba que era algo de China, no creía que fuera a llegar a Europa y con tanta fuerza. Hasta el momento en el que entré en una UCI en Torrejón de Ardoz y fui consciente de la dimensión del problema.
Has trabajado este documental sobre lo imprevisible
En el género documental todo es muy fortuito. Los personajes van saliendo y encuentras gente que está muy por la labor de facilitarte las cosas, en un contexto en el que era muy difícil hacerse hueco. La idea era ir improvisando cada día. Yo tenía una cosa clara: que a medida que fueran saliendo las noticias quería cubrirlas desde todos los puntos posibles. Si un día salía una noticia sobre las residencias, pues íbamos a las residencias; si un día empezaba a funcionar IFEMA, pues íbamos a IFEMA; si abrían la HUME para sacar cadáveres, íbamos con ellos. Quise hacer una crónica diaria de lo que pasó. Si algo tiene el documental es la capacidad para ir escribiendo el guión todos los días. Lo que intento siempre es tener el mayor documento histórico posible desde todos los ángulos posibles y que en ellos haya personajes, lo cual es un frágil equilibrio entre la construcción del personaje y la voluntad de cubrir todos los hitos históricos. En este caso, en 70 días cubrimos casi todo: controles policiales, puentes, Ifema, aperturas y cierres … Hemos estado en casi todos los sitios.
Una realidad que consigue el documental es poner al espectador prácticamente enfrente de los enfermos y en el mismísimo lugar de los hechos. ¿Cómo reaccionaban las personas cuando entrabas con la cámara en los espacios a los que fuisteis?
Como también tengo la experiencia de haber hecho reportajes escritos, sé que es mucho más cómodo ir con la libreta, es más fácil hacerte invisible y tomar apuntes. Pero lo visual tiene un alcance mucho más grande, y aunque a mi lo que más me gusta es escribir, la cámara la uso porque creo que llega más lejos y tiene más impacto. Respecto a la reacción de la gente. La experiencia general es que cuando te pones con una cámara en medio de la Gran Vía la gente te pregunta “¿esto es para la televisión?” Y eso pasa aquí, en la India o en Pakistán. La cámara tiene ese poder que atrae a la gente. Yo me lo tomo con naturalidad. Parto siempre de esa premisa: que queremos que nos escuchen, sea una cámara o un tío con un papel y boli. Los seres humanos cuando estamos sufriendo queremos que nos escuchen.
Claro que hay situaciones complicadas. Por ejemplo algunas personas en las ambulancia nos decían que no les grabásemos y es algo que entendemos perfectamente. Además a nivel legal tampoco es fácil ahora. Con la Ley de Protección de Datos no puedes grabar a cualquiera. Así que teníamos que ser muy escrupulosos, pero también trabajar con naturalidad. Antes de grabar siempre intento hablar con las personas, presentarme. Nunca entro con una cámara a lo loco. En este caso, al tratarse de España, el idioma no es un problema y el diálogo es fácil, pero cuando no hablo el idioma del lugar, sirve una mirada, un asentimiento de cabeza. Parto de la base de que todos los humanos tenemos un pequeño ego que nos mueve a contar nuestra historia. La mirada del periodista siempre tiene que ser amistosa, de empatía. El reportero tiene que demostrar que la historia que quiere contar le importa. También tener la confianza ciega de que cuando el mundo vea las imágenes que graba, reaccionará.
¿Crees que hubiera sido de otra manera si desde el principio hubiera habido imágenes que reflejaran la situación?
Sin duda. Yo quería que el documental se emitiera en junio. Hubiera sido como una campaña de la DGT, muy explícito pero necesario. Quizá hubiera servido para que en la segunda ola mucha gente no se hubiera comportado con tanta soltura. Yo iba en ambulancias y a la vez veía a gente haciendo botellones y pensaba ‘si supieran lo que se nos viene encima’. Me dio mucha pena que ninguna cadena quisiera programar el documental. Así que seguí grabando hasta septiembre. A mi lo único que me ha interesado con esto ha sido visibilizar las cifras. Escuchaba el silencio de las calles con el ruido de las ambulancias de fondo y, en el otro lado, mucho ruido político. Me dolían tantas cifras y yo he tratado de equilibrar la balanza.
¿Piensas que el documental se ha publicado en un momento muy cercano en tiempo a esta crisis?
A los pases en cine vinieron varios de los protagonistas y funcionó como una catarsis. Una enfermera se levantó el primer día de la presentación y dio las gracias porque era la primera vez que podía llorar en diez meses.
Blanca Basanta | @blancabv_98
*Fotografía de Hernán Zin. Imagen de @paconavarro