Insiste en que el periodismo se puede hacer en la redacción, pero para el reporterismo hay que salir fuera. Plàcid Garcia-Planas (Sabadell, 1962) trabaja en la sección de internacional de La Vanguardia desde 1988. Ha sido corresponsal de guerra en Irán, Sarajevo, el Golfo, Afganistán o Iraq. Al principio dijo que sí porque no supo decir no, y luego porque aceptó el reto de hallar cómo adverbiar el sufrimiento, adjetivar la oscuridad, puntuar la muerte.
¿Por qué se metió en esto?
Me dieron miedo los números. Estudié periodismo porque no sabía qué hacer. Vino un profesor de la Universidad de Navarra a mi colegio y me vendió la moto. Me dijo: información es poder, información es futuro. Me dije: es una carrera fácil, ve para allá. Pero no tenía ni puñetera idea del mundo en el que me metía.
¿Y reporterismo, para qué?
Para compartir, esencialmente. Para compartir y reflexionar con el lector. El reporterismo sale de ti para abrirse hacia afuera. Para compartir, para conocer, para saber, para informar, para trasladar. Para mí un buen reportero es como un taxista que coge al lector y lo lleva hacia un lugar: le presta sus ojos. Los sectarios no sirven para el reporterismo. El reporterismo es un periodista, una libreta, un boli y la mente libre… y dejar que el mundo te sorprenda para después sorprender al lector y junto con él conocer, reflexionar.
Te pondré un ejemplo actual. Yo creo que España ha desaprovechado la espectacular herramienta del reporterismo. En todo este debate de Cataluña y España, por ejemplo, yo no he visto ningún periódico de Madrid, o poquísimos, que hayan mandado un reportero con la mente en blanco a Olot para ver y preguntar a la gente qué pasa. Tampoco a la inversa, tampoco he visto un periódico de Barcelona que se vaya a Jerez de la Frontera para hacer lo mismo. Yo creo que es una herramienta de conocimiento de unos a otros, que en este país está absolutamente desaprovechada.
¿Da igual el código postal? ¿Es lo mismo ser un reportero aquí que serlo en una guerra?
Totalmente. La actitud, la función, la escritura es igual si te vas a Santa Coloma de Gramanet o a Kandahar. Absolutamente igual. Al final se trata de encontrar palabras para transmitir lo que tú hueles, ves, aspiras, escuchas: lo que tú sientes. En el caso de una guerra debes encontrar la manera de adverbiar el dolor, de puntuar la muerte.
Pero estar en una guerra es más duro. ¿Vale la pena el esfuerzo, el peligro y el miedo al que se expone?
Compartir siempre vale la pena. Escribir siempre vale la pena. Yo ya te he dicho que no sabía qué era esta profesión. La vida te coge y te pone donde quiere. Yo me llamo Plàcid –en castellano, Plácido-, no estoy programado para la guerra. La vida me puso en un campo de batalla con una libreta y un boli. ¿Por qué amo mi profesión? Porque es compartir con el lector, y esto no tiene precio. Tiene que haber corresponsales de guerra porque el dolor merece ser descrito y merece ser compartido.
¿Cómo sería un mundo sin reporteros? ¿Viviríamos engañados?
Yo tampoco sublimaría la profesión. Un reportero es tan válido como un barrendero, un médico, o lo que sea, o un astronauta. Supongo que el mundo perdería explicadores de historias, perdería un oficio o un instrumento que te permite conocer, viajar…
¿Cómo fue la primera guerra?
Mi primera guerra fue la primera guerra del Golfo, en el 1991. No me sentí cómodo, no me gustaba. Luego cubrí los Balcanes, me seguía sintiendo incómodo. Ahora hay mucho joven que quiere ser reportero de guerra, cuando empecé en el 88 y 89 había muchos, pero no tantos. Era una cosa extraña: yo no quería, pero me preguntaban si quería ir y respondía que sí, porque tenía que ir. Llegó un momento que me sentía un poco como un gilipollas. Cada vez que había algún infierno me buscaban: ¿Dónde está Plàcid? Estuve a punto de dejarlo, de decir que no quería ser corresponsal de guerra.
¿Y qué pasó?
¿Qué por qué seguí allí? Me di cuenta que la guerra se relata fatal. Que las crónicas de guerra eran y son muy malas porque la guerra, el dolor, se suele describir desde el patetismo de raíz romántica. Las crónicas de guerra parecen pasos de Semana Santa. Lo que me mantuvo en el oficio, estando incómodo en las guerras, fue el reto de buscar cómo explicarlo. Llegué a la conclusión de que hay dos herramientas para explicar el dolor. Una es la paradoja, porque la vida es pura paradoja y la guerra intensifica la paradoja. El otro instrumento es la lírica…
¿La poesía?
Sí, la poesía. Te permite poner mucha intensidad en pocas palabras… y el reportero y el corresponsal de guerra solo tienen dos folios para contar el fin del mundo La primera obra de la literatura occidental, la Ilíada, es un poema y es casi una crónica de guerra. Además es muy periodística; de una guerra de más de diez años selecciona cincuenta y pico días que representen todos esos años. El periodismo es seleccionar trozos de cosas que escuchas, ves, analizas, escribes… que representen lo máximo.
¿Y cómo ve el reporterismo? ¿Cree que los medios apuestan por ello?
Cada vez hay mejores reporteros y peores medios de comunicación. Yo veo que la generación joven sabe escribir más que la mía, y tiene un enfoque y una actitud mucho mejor, mucho más jazz. El reporterismo no es música clásica: es jazz. Creo que la generación joven está mucho más metida en eso, pero en cambio los medios de comunicación cada vez están más anquilosados, dan menos libertad. Cada vez hay mejores reporteros y peores medios.
¿Cómo se soluciona esto?
No lo sé. Si hablamos de la prensa en papel, en la que yo trabajo… Es un Titanic y tenemos un iceberg allí delante. No hay dinero. El negocio tiene la doble crisis de la economía general y del modelo. Y el buen reporterismo no es barato, necesitas dinero… Yo no sé cómo se soluciona. Lo único que sé es que el diario de papel sólo sobrevivirá si se convierte en alta costura. Todo lo demás es recorta y pega. Internet es un cáncer. Yo en internet veo muy pocas cosas originales, que estén bien escritas. Para sobrevivir, el papel se tiene que agarrar a eso, a lo que no te dará internet.
Hay demasiada gente dentro de las redacciones y poca fuera…
Absolutamente. Al final internet no huele, internet no respira, internet no suda, internet no sufre, internet no goza. Cuando yo empecé, el periodismo era muy oficio, ahora es muy carrera. Antes era quién lo explicaba mejor, ahora es quien llega antes, y este oficio requiere un mínimo de tiempo para la reflexión. Aquí la escritura es esencial: Soy como un arquero que tengo mis flechas, que pulo muy bien, y las lanzo contra el lector para que la historia le dé. Un buen reportaje es aquel que te agarra por la pechera y, cuando sueltas, le das al lector el último beso. Cuando empecé me obsesionaban mucho los principios, cada vez me obsesionan más los finales, que es el sabor que le dejarás al lector cuando lo sueltes.
¿Y qué espera del lector?
¿Cuánto se tarda en leer un reportaje, cinco minutos? A una persona que te dedica cinco minutos de su tiempo, debes tenerle un respeto brutal. Cuando ha acabado de leer el reportaje, el lector, para que me hiciera feliz, debería decir al de al lado: me han llevado a un sitio, me han paseado, me han pegado un viaje. El reportero ha querido compartir conmigo algo para conocer y por tanto para reflexionar. Si has transportado a una persona para que mínimamente haya podido reflexionar sobre un tema; esto ya es un triunfo inmenso.
¿Qué consejo daría hoy a un estudiante de primero de periodismo?
El problema es que está muriendo una manera de ejercer el periodismo, todavía no ha nacido la nueva, y la generación actual está en medio. Yo no veré la nueva, ellos sí lo verán. El estar en medio es malo para ellos, pero a la vez quizás es una oportunidad. Lo único que sé es que siempre habrá gente que tenga que contar historias, y siempre tendrá que haber gente que las cuente bien, de una manera o de otra. Yo les diría que lo mejor del periodismo es el reporterismo y que no empieza en Siria, empieza cuando uno se levanta de la cama, se ducha y sale a la calle. Casi no es un oficio, es un estado de ánimo.
Miquel Codolar