Periodista y maestro de periodistas. Don Luka. Así era conocido por sus alumnos Luka Brajnovic (Kotor, Croacia, 1919- Pamplona, España, 2001). En 1996 la Universidad de Navarra, en la que enseñó durante décadas, creó un premio con su nombre para distinguir a personas que se destaquen por la ética en el ejercicio de la profesión periodística.
De esta manera, la que fue su casa durante décadas reconoció el esfuerzo y la coherencia del profesor Brajnovic por enseñar a tantas generaciones de periodistas a trabajar con principios, predicando con el ejemplo de su vida personal.
Fue autor del primer manual de Deontología periodística que hubo en España. Sus páginas no fueron escritas desde la atalaya del sillón académico. Durante el bachillerato superior redactaba y editaba junto con unos amigos una revistilla clandestina bimensual titulada “Hrvatski Graničar” (El fronterizo croata), de tendencia independista y romántica.
Por amar la justicia fue prisionero de los fascistas italianos que ocuparon su tierra, y de los que escapó. Había sido detenido por publicar un artículo en contra de la figura de Benito Mussolini, en el que atacaba la “megalomanía y ceguedad propias de este dictador soberbio y mediocre que sueña con una nueva civilización occidental“.
En 1943, siendo director de un periódico, realizó un viaje. El tren en el que viajaba descarriló a causa de las bombas que habían colocado guerrilleros comunistas de Tito. Fue detenido y condenado a muerte, pero cuando estaba formado el pelotón de fusilamiento, le sacaron de la fila en atención a su condición de periodista. Los guerrilleros le propusieron trabajar para la propaganda comunista a cambio de seguir viviendo. Él mismo lo relata: “ellos querían tener en sus filas a un periodista católico que hablara en su favor a través de una emisora de radio. Era una maniobra de propaganda. Querían crear la sensación de que el Movimiento de Liberación de Yugoslavia era un movimiento democrático en el cual estaban todos los que eran contrarios al nazismo de Hitler y al fascismo de Mussolini y eso no era cierto, porque no respetaban la libertad de ideas, de expresión ni la religión. Me pedían que dijera públicamente que me había unido a ellos por mi propia voluntad. Yo me negué. No podía decir que me había unido voluntariamente a ellos, porque no era verdad. Hubiera sido el suicidio de mi propia dignidad”.
Ni en esa difícil y extrema tesitura claudicó de sus ideales y de sus principios morales; el respeto a la verdad que profesaba le llevó a negarse a colaborar con la guerrilla comunista a pesar de que sabía que esa negativa podía costarle la vida o pasarle una dura factura, como fue su reclusión en un campo de concentración hasta que también pudo huir.
Así pudo volver a su periódico en Zagreb, aunque al poco tiempo el gobierno croata, de orientación fascista, cerró la publicación porque Brajnovic, obviando toda la censura gubernamental y en defensa de la verdad y de la libertad de expresión, se arriesgó al publicar íntegro el discurso del papa Pío XII, en el que condenaba una vez más el racismo, la ideología hitleriana y los crímenes cometidos por el nazismo.
Don Luka -que estaba casado y era padre de una hija en ese momento- se exilió de su Croacia natal: primero a Italia; tres años después a España, donde no faltaron dificultades que, entre otras cosas, le obligaron a vivir un tiempo en una chabola; más tarde a Alemania, con el objetivo de reunirse con su familia, lo que lograría tras doce años de separación. Finalmente, a partir de 1960, se estableció en Navarra, cuya capital consideraba “su casa” y cuya Universidad le acogió en su claustro de profesores.
Hizo compatible su actividad docente la con el ejercicio del periodismo, publicando comentarios diarios sobre política internacional, durante 28 años , en Diario de Navarra, bajo el título “Boletín del extranjero” y colaborando con otras publicaciones.
En su actividad literaria publicó dos novelas y un libro de relatos cortos en croata, y seis libros de poemas en croata y castellano. Además , al final de su vida, escribió un libro de memorias titulado “Despedidas y encuentros”, en el que se desprende cómo, a pesar de todo lo que sufrió durante la Segunda Guerra Mundial y el exilio, vivió con paz y sin resentimientos porque, explicaba, todos los días luchaba positivamente contra el odio.
No necesitó aprender la ética del periodismo en los manuales: su propia vida fue una impresionante lección de amor a la libertad, respeto a las opiniones ajenas y defensa apasionada de las propias convicciones cristianas. Miembro del Opus Dei, había hecho carne propia aquel consejo de san Josemaría Escrivá: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte».
La sinrazón de las luchas ideológicas del siglo XX tiene en Luka Brajnovic un ejemplo difícilmente repetible como víctima: prisionero de tres fuerzas de ocupación distintas -la italiana, la comunista y la aliada- supo añadir el ingrediente más difícil: el perdón.
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