Siempre es rara por tierras de Castilla y León la semana del 23 de abril al 1 de mayo. Es como un via crucis de los perdedores, que comienza conmemorando la ejecución de los capitanes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado tras su derrota por las tropas imperiales de Carlos I, y termina con las manifestaciones de los sindicatos recordando que es más sagrado el derecho de las personas al trabajo y al salario que el de los bancos a los millones de euros para tapar los agujeros de su despilfarro.

Y más rara ha sido este año para mí. Mientras los telediarios estaban copados por los brillos rojidorados de las señeras catalana, valenciana y aragonesa y por las sonrisas florales y librescas de Sant Jordi, y mientras en Alcalá de Henares una jovencita mexicana de 82 años, nacida en Francia y con apellido polaco, recibía el Premio Cervantes declarándose una Sancho Panza orgullosa de ser la reportera de “los ilusos, los destartalados y los candorosos”, ese mismo día, bastante más lejos, en la costa este de Estados Unidos, un artículo de Robert Samuelson, columnista de The Washington Post, explicaba cómo Matthew Gentzkow, joven economista de la Universidad de Chicago, ha conseguido la Medalla John Bates Clark (premio para el economista más sobresaliente menor de 40 años) con una serie de estudios sobre la tendencia política de los medios de comunicación y su influencia en la educación y en la sociedad. Y la lectura detenida de uno de esos estudios es la que ha llenado mi semana, como si fuera un don Quijote, “las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio”.

Matthew Gentzkow y su colega Jesse M. Shapiro han analizado 429 periódicos diarios, que suponen el 70 % de la circulación total de periódicos en Estados Unidos, buscando en ellos (solo en las secciones de noticias, dejando aparte las de opinión) una serie de frases que previamente habían identificado como claramente representativas de republicanos y demócratas respectivamente en todos los discursos grabados del Congreso de Estados Unidos del año dos mil cinco.

Después de recoger, tratar e interpretar esa ingente cantidad de datos, han llegado a la conclusión de que la tendencia política de cada periódico no la marca el propietario de la empresa editora imponiendo su ideología –como se pensaba tradicionalmente-, sino que –como explica coloquialmente Gentzkow en una entrevista radiofónica– editores y periodistas actuamos como los vendedores de helados: modificamos el color y el sabor ideológico de los periódicos a gusto del lector, escogiendo las historias que este prefiere (y, por ende, silenciando las que no le resultan agradables) y contándolas con las palabras y expresiones en las que él reconoce el lenguaje del partido al que vota. Y esto por motivos meramente económicos, para maximizar el beneficio del periódico para el que se trabaja, que, a fin de cuentas, es una empresa y necesita fidelizar a sus clientes.

Mientras intento superar la tristeza que produce esta descripción, me entero de que ayer la asociación Reporteros sin Fronteras publicó por primera vez la lista “100 héroes de la información” en el mundo para rendir homenaje, ante el Día Mundial de la Libertad de Prensa que se celebra el 3 de mayo, “a la valentía de los periodistas y blogueros que constantemente sacrifican su seguridad y, a veces su vida, a su vocación”. Y llego a la conclusión de que entre los extremos de héroes y vendedores de helados hay un amplísimo espacio donde cada uno podemos encontrar nuestra forma de ejercer el periodismo de forma responsable.

 

Dolores Alonso Abad

Fotografía: PetitPlat – Stephanie Kilgast via photopin

 

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