FOTOGRAFÍA: Juan Romero-Luis / URJC
Borja Díaz-Merry lleva casi dos décadas trabajando en la agencia de noticias Europa Press, primero como periodista especializado en Defensa y, desde hace casi una década, como experto en Información Internacional. Su amor por el reporterismo le lleva cada año a liarse la manta a la cabeza y a emplear parte de sus vacaciones en recorrer zonas de post conflicto en busca de historias, y le ha llevado, además, a dedicar varios años de su vida a elaborar una tesis sobre corresponsales de guerra secuestrados, que acaba de defender en la Universidad Complutense de Madrid con la máxima calificación.
‘Reporteros en conflictos internacionales: periodistas españoles secuestrados en el extranjero’ profundiza en las historias de siete profesionales secuestrados en diferentes zonas de conflicto. “El perfil del corresponsal de guerra es muy vocacional. Los profesionales se juegan la vida por contar el drama de las víctimas, y se juegan también su salud mental. Pero no están dispuestos a rendirse. Son una especie distinta; cada uno de ellos lo da todo por el trabajo que hace”, explica Díaz-Merry.
Lo que mueve a estos profesionales, según Díaz-Merry, es un intenso sentido del deber, porque “saben que si dejan de contar lo que está pasando en una guerra, la gente que la está sufriendo no tendrá protección, estará sola, y el periodismo estará fallando. No son héroes, pero saben que hay que contar las barbaridades de la guerra para que la guerra se acabe”.
“Cumplen una función esencial, y ninguno se va a jubilar con un sueldazo”, considera el autor de la tesis, para quien estos reporteros asumen una responsabilidad que en realidad le correspondería asumir a los medios. “Quieren que haya luz para que se siga hablando de determinados conflictos, y saben que eso no puede hacerse desde la mesa de la redacción”, apunta.
Todos regresaron
Casi todos los secuestros analizados tuvieron lugar en territorio sirio, a excepción del sufrido por el fotógrafo gallego José Cendón, retenido en 2008 durante cuarenta días por un grupo criminal relacionado con la piratería en las costas de Somalia. En todos los casos, los reporteros volvieron a ejercer su trabajo en zonas de conflicto, e incluso muchos regresaron al lugar del secuestro.
“Ninguno duda en volver a hacer lo mismo al recuperar la libertad. Y es que ninguno de ellos lo ve solo como un oficio. No se sienten héroes, pero saben que tienen que estar ahí para contar al mundo lo que pasa, para denunciar la injusticia. Incluso asumen el secuestro como un accidente laboral”, expone Díaz-Merry.
El fotoperiodista Ricardo García Vilanova, secuestrado en 2013 durante siete meses por terroristas del Estado Islámico (EI), acabó volviendo más de diez veces a Siria, e incluso en 2018, cinco años después de su secuestro, regresó a Raqqa (Siria), y, junto a un equipo de la BBC, visitó una de las casas en las que fue encarcelado y mantuvo un cara a cara con dos de sus captores, encerrados en celdas después de que Estados Unidos bombardease la zona. El corresponsal de El Periódico de Catalunya, Marc Marginedas, fue secuestrado también en Siria por un grupo terrorista cercano a Al Qaeda, que le mantuvo retenido durante seis meses. También regresó al lugar de su secuestro.
“No son héroes, pero saben que hay que contar las barbaridades de la guerra para que la guerra se acabe”
“Nadie les obliga. Y no puede decirse que tengan síndrome de Estocolmo. Lo hacen por un interés profesional. García Vilanova habla con sus secuestradores por que son un símbolo de lo poderoso que ha sido el Estado Islámico, y Marginedas quiere retratar el norte de Siria después del Estado Islámico y hacer un documental”, reflexiona Díaz-Merry.
Sin embargo, tras la experiencia traumática del secuestro, todos ellos cambiaron su forma de afrontar las coberturas, y en la mayoría de los casos se percibe que a partir de ese momento tienen mucho más en cuenta al entorno familiar. Según Merry, “antes funcionaban en solitario, pero desde su secuestro piden consejo al entorno familiar. Son más meticulosos al planificar sus viajes, y no se exponen como lo hacían antes”.
Sin apoyo de los medios
El autor de la tesis destaca la gran desprotección en la que trabajan los reporteros que trabajan como freelance. “Los medios se desentienden de ellos. Incluso dejan de comprarles contenidos después de su liberación”, subraya Díaz-Merry.
Así le sucedió, por ejemplo, a Antonio Pampliega, secuestrado en 2015 durante diez meses por el Frente Al Nusra (la filial de Al Qaeda en Siria), tras ser traicionado por el traductor que les acompañaba. Y también a Ángel Sastre, el corresponsal de La Razón secuestrado junto a Pampliega. “Los medios quieren desvincularse; es una especie de represalia por haberse arriesgado”, lamenta Díaz-Merry.
En cambio, el diario londinense The Telegraph compensó al fotoperiodista español José Cendón, que acudía a Somalia acompañando a unos de sus redactores, como si perteneciese a su plantilla. El staff del diario negoció su liberación, y le gratificó por todos los días que duró su secuestro como si hubiera estado contratado.
“Los medios deben implicarse apoyando a los corresponsales freelance: están pagando por un material en el que el periodista expone su vida y su libertad. Si compran esos reportajes también deben asumir el apoyo a quienes los hacen”, subraya Díaz-Merry que, de cara al futuro, recomienda que se invierta en la formación de los reporteros que trabajan en zonas de conflicto para prevenir estos secuestros.
Secuelas psicológicas
Los corresponsales que han sido víctimas de secuestros tienen la consideración de víctimas del terrorismo por parte del Gobierno, que les concede ayuda económica para afrontar el pago de psicólogos. Tres de los siete entrevistados por Díaz-Merry confesaron haber sufrido estrés postraumático y dos de ellos todavía necesitan apoyo psicológico. Alguno tuvo que superar los deseos de quitarse la vida en medio del largo cautiverio.
Pero peor que el estrés postraumático es el sentimiento de culpa que la mayoría padece por el dolor procurado a sus familias.Sin embargo, han decidido volver. “Desde el punto de vista personal y profesional solo merecen admiración y respeto. No son ególatras. Pero saben que la gente tiene derecho a que se cuente lo que está pasando”.
Marta Sánchez Esparza | @martasesparza