El 12 de febrero estará en Madrid, en la III edición de Conversaciones, Jill Abramson, la periodista que hasta mayo dirigía The New York Times. Desde otoño imparte un seminario de Periodismo en Harvard y ha recorrido algunos otros foros periodísticos con una cruzada particular a favor de la libertad de expresión y en defensa de las filtraciones.
Escuchando hablar a Jill Abramson, con esa voz pausada y serena, es fácil imaginarse con qué aplomo respondería a James Clapper, director de Inteligencia de Estados Unidos, cuando éste le telefoneó para pedirle que no publicara una información secreta sobre el cierre inmediato de 21 embajadas en agosto de 2013. Y también cuál fue su reacción, nueve años antes, cuando el propio George W. Bush pidió a sus propios jefes -Keller y Suzberger- que detuvieran una información sobre la Agencia Nacional de Seguridad horas antes de su lanzamiento, tras más de un año de investigación, bajo la amenaza de que “el periódico tendría sangre en las manos”.
Aunque las llamadas de atención siempre le han hecho sopesar los pros y los contras, y a veces hasta borrar nombres o datos comprometidos aun a costa de perder frente a la competencia, como sucedió finalmente en 2013, no puede negarse que en su larga vida profesional Abramson ha mantenido vivo el compromiso con la verdad y un alto sentido del periodismo como servicio público.
Un estándar diario en su trabajo que –como bien señala ella con ironía- quizá no ha atraído publicidad ni ventajas comerciales a las empresas en las que trabajaba, pero –y esto es fácil de comprobar- ha conseguido para su redacción ocho premios Pulitzer en los años que ocupó el puesto de executive editor, entre 2011 y 2014. Uno de ellos, Snow Fall, es uno de los trabajos paradigmáticos de la integración multimedia, firmado por John Branch, en el que se recoge la trágica experiencia de unos esquiadores tras una avalancha en Tunnel Creck.
De la larga carrera profesional de esta neoyorkina, primero en la revista Time, más tarde en The Wall Street Journal y estos últimos 17 años en The New York Times podría contarse mucho. Su exigencia por la calidad le llevó desde el primer momento a ser testigo de los hechos –cuando cubría por primera vez unas elecciones en 1978- y a no conformarse hasta hablar con los protagonistas. Un requisito investigador que impuso sin discusión a su alrededor allá donde iba. “Que nadie espere encontrar historias suaves en la portada” declaraba a The Guardian tras llegar a su último cargo de responsabilidad; sí, en cambio, reportajes “documentados, profundos, contundentes”.
En 2011, poco antes de que la ascendieran, se preparó durante seis meses para empujar la transición digital en The Times que, desde su liderazgo, apoyaría después con entusiasmo. Durante su mandato se impulsó la estrategia de futuro para el prestigioso diario, que se recoge en un filtrado e interesante resumen. Como buena conocedora de la narrativa periodística, Abramson ha defendido las ventajas de vivir un momento grande para la profesión, la transformación digital, también desafiante para la mayoría de los profesionales que deben usar ya diferentes plataformas.
En la nueva etapa que Jill Abramson comenzó en mayo, lejos ya de la redacción, volcará su interés por la comunicación en un proyecto en el que se ha embarcado con Steven Brill, fundador de CourtTV: una revista on line de colaboraciones largas, a medio camino entre el gran reportaje y el libro, por el que cada firma percibirá altas cifras, en torno a 100.000 dólares. Aunque algunos ya se han dedicado a analizar el futuro financiero de una iniciativa como ésta, ligada al crowdfunding, con diferente pronóstico, no cabe duda de que la start up que se propone romperá esquemas hasta ahora tradicionales.
Pero lo que quizá expresa mejor su constate ilusión por la calidad del periodismo es su vuelta a las aulas, donde esta primavera enseñará a una docena de afortunados alumnos Introducción al Periodismo. Abramson promete ayudar a “entender el papel cambiante del periodismo y aprender el arte del reporterismo y de la narrativa de las historias”. Un lujo por el que valdría la pena volver a ocupar un pupitre los lunes de 4 a 7.
El consuelo para los que ya no seremos sus alumnos será tenerla el 12 de febrero aquí en Madrid. Para hablar de periodismo. Para celebrar el periodismo.
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