Deseamos que en el mundo no haya guerras pero, mientras se dan, los periodistas tienen que estar allí para contar lo que pasa con sus mejores argumentos: la imagen y la palabra.
No es el mejor de los escenarios. Los conflictos provocan estrés en los combatientes. Y en los periodistas que los cubren. Recientemente la Universidad Europea daba los primeros pasos de un proyecto conjunto con el Ejército de Tierra que estudiará cómo afecta el estrés de combate a los procesos cerebrales de almacenaje y recuperación de la información, y en último término, a la calidad del trabajo periodístico.
Desde el otro lado del Atlántico, un estudio de la Universidad de Toronto alerta de problemas para la salud de los periodistas sin salir de la redacción. Aquellos que procesan contenidos generados por usuarios con imágenes de extrema violencia tienen mayor riesgo de sufrir estrés postraumático, ansiedad o depresión.
El Dart Center for Journalism and Trauma recoge en su web algunas buenas prácticas para reducir ese tipo de riesgos. Es verdad: la proliferación de cámaras de alta definición y la facilidad para compartir contenidos a través de internet ha cambiado mucho el panorama. Los retos que plantean estas situaciones reclaman una vez más buenos profesionales, buenas personas. Periodistas decididamente comprometidos con la verdad de lo que pasa, con la verdad de lo que pasa a una sola de las víctimas o a uno solo de sus compañeros.
Fotografía: periodistas y unidades del Ejército de Tierra durante los ejercicios de simulación. Universidad Europea