Hace 25 años, una joven estudiante de 4º de Periodismo de la Universidad de Navarra acudía a casa de don Luka Brajnovic (Montenegro, 1919 -Pamplona, 2001) con el propósito de hacerle una entrevista para las prácticas de la asignatura de Redacción. El veterano periodista y profesor croata, afincado desde hacía años en Pamplona, no había llegado a darle clase porque, con 75 años, disfrutaba ya de su merecida jubilación. Pero la huella impresa en treinta generaciones de alumnos despertó en esta estudiante una mezcla de respeto y de instinto de la noticia.
Aquella estudiante era yo. En aquel entonces estaba enamorada de la escritura y me debatía románticamente entre la poesía y el periodismo. Me encontré con un hombre afable, de ojos nobles, claros y profundos a la vez, que me habló de todo lo que yo quería: la necesidad de escribir, el sentido de la vida, el DNI del periodista. Redacté con emoción la entrevista en mi Olivetti y, tanto me marcó aquella conversación, que la guardé en una carpeta, indultándola así de la limpieza de fin de carrera y de todas mis posteriores mudanzas.
El profesor Luka Brajnovic era una institución del Periodismo, con mayúsculas, y seguro que tenía muchas cosas que contarle. Periodista, escritor y poeta, nació en Kotor, Montenegro, a orillas del Adriático, en 1919. Había vivido una juventud azarosa que acabó en el exilio después de sufrir los rigores de los regímenes dictatoriales del momento: una cárcel fascista, un campo de concentración comunista e innumerables campos de refugiados fuera de su país. La causa: no ceder a las presiones contra su libertad de expresión, sus convicciones cristianas y su libertad de conciencia basada en la ética. Separado de su mujer y de su primera hija, volvió a abrazarlas al cabo de 12 años. Desde 1960, enseñó a los futuros de periodistas de la Universidad de Navarra Deontología profesional -además de otras asignaturas como Literatura Universal o Tecnología de la Información- y fue autor de los primeros manuales de esas materias periodísticas que se han usado en España. Había publicado, además, libros de poesía y novelas.
Recientemente, a propósito del centenario del nacimiento de don Luka, comenté en Twitter mi pesar por no haberlo disfrutado de profesor y el fuerte impacto que me produjo aquella entrevista que le hice. José Luís González, docente de esa misma asignatura en la actualidad, me animó a compartir mis impresiones y me referí en las redes sociales a su trato amable y afectuoso y a su compromiso con la verdad. Luego recordé que conservaba aquellas hojas mecanografiadas. Hice unas fotos a un par de párrafos sobre las virtudes del periodista y los peligros de la profesión y “los subí” a las redes. Los tuits han tenido eco entre estudiantes y profesionales de la comunicación porque las palabras de don Luka trascienden el tiempo y siguen conectando y enseñando a los alumnos de hoy.
En un tuit anterior, @dosvecescuento me insta a contar lo que D. Luca Brajnovic me dijo en una entrevista de estudiante. Sabía que la guardaba. Es tan actual que os lo muestro, transcrito en los estertores de una Olivetti. Las virtudes del periodista. @fcomunav pic.twitter.com/pfeLByKtr4
— Cristina Abad (@CrisAbadC) 26 de enero de 2019
Aquel trabajo de prácticas realizado en 1994 recibió un Notable. Junto a algunas correcciones ortográficas, que me restaban décimas, hubo un motivo garrafal por el que el profesor –no puedo recordar quién fue, quizá Paco Sánchez- me bajó dos sonoros puntos, del 9 al 7. Decía, sin paliativos: “Parece que la entrevista debe seguir… Está truncada, por no decir degollada. No puede terminar así, con una visión negativa, suya, cuando en él todo es positivo y estimulante. Iba bien y al final lo estropeas. Para terminar dejando buen sabor de boca podías recurrir a alguna poesía suya, o algo de la “mesa camilla” o de otros discursos del homenaje…”.
Leyendo la corrección hoy, he recordado con viveza la frustración de entonces. Pero también he caído en que es un piropo precioso a don Luka Brajnovic –todo positivo y estimulante– cuyo eco sigue sonando. Y ese “parece que la entrevista debe seguir”, un acicate que me espolea y me permite reparar el estropicio de entonces, uniendo las piezas de pasado y presente, teclas de máquina y de ordenador, letras y tuits.
De esta forma, actualizando y terminando aquello que no supe culminar, añadiendo mi crítica profesional a la del docente de entonces, publico ahora en www.conversacionescon.es esta entrevista inédita que hice a don Luka Brajnovic en la Universidad de Navarra. Pienso que es su sitio natural porque se trata de una larga conversación que ya dura 25 años.
Los peligros del periodista. Entrevista a D. Luka Brajnovic por una estudiante de @fcomunav hace ya… muchos años @dosvecescuento pic.twitter.com/cSnxVer4CR
— Cristina Abad (@CrisAbadC) 26 de enero de 2019
ENTREVISTA A DON LUKA BRAJNOVIC
“Sin honestidad no hay intelectualidad ni periodismo”
Luka Brajnovic es un hombre que ha sabido comprometerse con la verdad aun a costa de su propia vida: un periodista vocacional, un profesor que ha inspirado a treinta generaciones de alumnos de Ciencias de la Información.
C.A. Desde muy joven sintió una fuerte inclinación a escribir. ¿Qué lugar ha ocupado la poesía en su vida?
L.B. En una época corta, un primer lugar; precisamente cuando estaba separado de la patria, de mi mujer. Fue cuando escribí más poesía. Supongo, que en su mayor parte fue sentimental, pero a mí no me importaba; quería ser fiel a lo que pensaba y sentía. Luego, cuando empecé a aprender español, escribí también en castellano. En ella se muestra mi vivencia interior más que exterior. La poesía es un brote que perdería toda su esencia si se escribiera de modo prosaico.
C.A. Dice usted en Ex Ponto: “Estoy atrapado en mi celda/de realidades cotidianas/y –apretado- miro al cielo/por una ranura abierta con las llagas/de los que sufren desamores/allí fuera”. ¿Cómo hacer compatible la reflexión serena, ese ver más allá, propio de la poesía, con las prisas de una redacción, con esa falta de tiempo para detenerse y profundizar en la realidad?
L.B. Una de las exigencias del periodismo es cierta prisa, pero esa tensión que genera, hace, al mismo tiempo, que la producción, ya no sujeta a unas declaraciones, a un espacio, se impregne también de dinamismo y resulte menos densa, precisamente por ese ejercicio continuo de escribir en un tiempo determinado.
C.A. A partir de aquel 18 de marzo de 1943, cuando iba de Zagreb a Ogulin y su tren fue atacado por la guerrilla comunista, comenzó su lucha por no traicionar la verdad ni su propia dignidad. ¿Qué le dio fortaleza para mantenerse en pie durante aquellos años?
L.B. En primer lugar la fe, porque cuando estalló la primera bomba, la idea que me vino inmediatamente a la cabeza fue encomendarme a Dios y a la Virgen María. Luego, el amor que tenía por mi novia, a la que no iba a poder ver nunca más, y a los míos, a mi familia. Estas dos facetas me dieron la fuerza para poder con todo lo que tenía que soportar.
C.A. ¿Qué virtudes considera que debe tener un verdadero periodista?
L.B. Principalmente la justicia, porque incluye también el amor a la verdad. Después, el afán incansable por verificar la información, sin precipitarse, porque muchos periodistas buscan ser los primeros en obtener la noticia por encima de todo. También la audacia para decir las cosas con veracidad. Y la fortaleza para no temer tanto lo que le pueda suceder a uno como lo que puede ocurrir si no se informa.
C.A. ¿Cómo terminar con ese tipo de “periodismo light” que parece preocupado sólo por la exclusiva y por publicar?
L.B. Teóricamente es fácil de decir: que los periodistas sean verdaderamente fieles a la realidad. ¿Cómo se consigue esto? Existe una asignatura que se llama ética que algunos ven como algo anticuado, como algo religioso, cuando trata sobre honradez humana que es común a todos. Deberían empaparse de esto los estudiantes porque son los que están a tiempo de entender lo que está ocurriendo en nuestro mundo.
C.A. ¿Qué cree que es más peligroso para un periodista: la falta de libertad externa -con presiones como la censura, las torturas- o esta forma actual, más sutil, de adormecer la conciencia?
L.B. En situaciones difíciles hay dos alternativas: venderse o ser fiel a los propios principios. Quizá destaca más la lucha por la verdad bajo un régimen feroz en el que uno se juega su libertad física, pero por lo menos triunfa en él la satisfacción de haber hecho lo que tenía que hacer. Sin embargo, allí donde la libertad de expresión es casi absoluta, es fácil decir mentiras.
C.A. Es posible la rebeldía interna en un régimen totalitario…
L.B. Puede existir una libertad interior en un régimen fuerte y no existir en un régimen más libre.
C.A. Actualmente parece que han caído los muros que ahogaban esa libertad para expresar la verdad. ¿Qué otros muros permanecen aún en un régimen democrático como el nuestro? ¿Existe libertad para expresar fielmente la realidad?
L.B. Yo creo que donde no hay gobiernos dictatoriales -sino que existe una libertad de prensa y expresión como es en los países democráticos-, florece, junto con el trigo, la cizaña, porque se calumnia, se inventa, se miente. Desde luego no es un buen periodismo, pero existe. Yo creo que esos son los muros para decir la verdad.
C.A. ¿Cree que el periodismo es un instrumento para hacer al hombre reconocerse en su propio ser, para recuperar su verdadero sentido?
L.B. Yo creo que es su deber. Ahora, si sucede o no, depende de cada uno. Si se realiza un buen periodismo se unen las dos dimensiones del hombre, una que va hacia arriba y otra que se extiende: la contemplativa y la activa.
C.A. ¿Cómo comenzó a trabajar en el Instituto de Periodismo, germen de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra?
L.B. Después de huir de mi tierra, cuando llegó al poder Tito, vagabundeé por países europeos trabajando en lo que se me presentaba. En Madrid empecé en una empresa editorial en la que escribía una revista para los exiliados y también libros. Vendía en países europeos y en América; de esto vivía. Había periodos en los que no me bastaba y entonces trabajaba de todo, desde albañil hasta panadero. Comencé a tener cierto prestigio en la tipografía y me llamaban unos señores de Pamplona que querían poner una imprenta. Así llegué a aquí. Un día, D. Antonio Fontán me encontró por la calle y me preguntó qué hacía allí –yo lo conocía porque fui colaborador de “La Actualidad Española”- y me propuso dar clase en el Instituto de Periodismo.
C.A. El 7 de noviembre de 1992, día de su homenaje, la periodista, y antigua alumna, Pilar Cambra habló de usted como “esa mesa camilla que convierte cualquier espacio en un hogar (…), que constituye un punto de referencia, de calor que ampara y, además, colecciona confidencias”. Después de ver desfilar a tantos futuros periodistas, de su experiencia como profesor, ¿qué espera de los alumnos que aquí se forman?, ¿qué papel tiene la Universidad en nuestra sociedad?
L.B. Debería tener, aunque aún no se vean los frutos, y me refiero a la Universidad en general, el papel de ser centro donde la gente sale preparada para la vida, con honestidad absoluta, porque sin honestidad, tampoco hay intelectualidad, ni periodismo.
C.A. El profesor Alfonso Nieto decía también en aquel momento que usted “pertenece a esa raza de hombres que prefieren sufrir a herir, dan más que piden, unen y no separan, alaban en cuanto pueden y silencian hasta la más mínima sombra de amargura”. ¿Qué le ha llevado a comprometerse de esa manera con la verdad, con la persona?
L.B. Yo pienso que no hace falta una trayectoria como la mía para pensar así. Uno puede perfectamente hacerlo sentado en la mesa de su despacho, por eso no es tan importante la experiencia, sino la voluntad de hacer el bien, de ayudar a los demás, a la sociedad. A veces, ante situaciones difíciles, uno debe decidir. Si no hace caso de las normas morales, se dejará vencer, se convertirá en un periodista frívolo.
C.A. Sé que ésta puede parecer una pregunta tópica y difícil de contestar, pero ¿cuál es el mejor recuerdo que tiene usted de su vida?
L.B. He vivido mucho. Tengo más de 74 años, por tanto muchos recuerdos. Yo siempre confieso que estoy muy enamorado de mi mujer, por tanto, el mejor recuerdo que guardo es el acercamiento que tenemos. También hay otros buenos recuerdos, por ejemplo de tipo profesional, y algunos que hacen sufrir, como precisamente éste al que ha hecho alusión antes cuando fui prisionero de los comunistas. Tengo además muchos recuerdos, excelentes, como profesor en la Universidad. Siempre he procurado ser amigo de los alumnos, no un profesor, digamos, de guante blanco.