Aunque es periodista de raza, David Gistau (Madrid, 1970) se incorporó tarde a una redacción porque antes fue guionista de televisión y reportero de viajes. Desde entonces ha pasado por tres de las grandes cabeceras de nuestro país. Ahora, su sentido común plasmado con fina ironía y un riquísimo dominio de la lengua conquistan diariamente al lector de ABC.
¿Qué periodismo ha bebido David Gistau?
Mi vocación tuvo un comienzo romántico, yo al que admiraba siempre era al corresponsal de guerra y, en particular, a Hemingway. La primera vez que tuve una noción de lo que era el periodismo fue cuando me enteré de que, en su juventud, Hemingway perseguia ambulancias porque pensaba que una ambulancia era una historia. Yo creo que esa es un poco, por decirlo de alguna forma cursi, la “llama vocacional” que se prendió. Por otra parte, mi padre trabajaba en el diario Pueblo y, de niño, visitando ese diario, conocí otra de las virtudes del periodismo: era gente que bebía mucho y se acostaba muy tarde. Y eso también me sedujo; un tipo de vida más intensa, más nocherniega, de la que podía tener un oficinista.
Curiosamente, en mi vocación nunca estuvo el periodismo de opinión. A eso llegué casi accidentalmente y, aunque ahora estoy muy resignado, a mí siempre me gustó más la idea de la camisa caqui, los viajes, ese tipo de grandes corresponsalías.
Has escrito en tres importantes diarios: La Razón (97-2004), El Mundo (2005- 2013) y ahora ABC. Con esta presentación puede parecer que las grandes cabeceras son como “la casta”, que ya da igual de qué lado están.
El término de “la casta” me parece detestable por las connotaciones que le han impuesto; no creo que la única condición para existir pase por ser revolucionario y nihilista, no es una ninguna vergüenza tener sentido de pertenencia a la normalidad. Pero dicho esto, los periódicos, por desgracia, son cada vez más parecidos entre sí. Ha habido una época gloriosa–años 90 y principio de los 2000- en que los periódicos estaban muy caracterizados, tenían personalidades muy definidas. Creo que ahora se está perdiendo, en mi opinión, por dos razones: la primera, porque el periodismo, en general, tiene una enorme crisis de identidad. Los problemas económicos hacen más difícil ser valiente contra el poder, porque cuanta mayor precariedad económica, menos te puedes permitir el coraje y el espíritu crítico. En general, los periódicos están buscando la supervivencia en el propio establishment contra el cual deberían existir, no como pose, sino como voluntad de contrapeso. Y en ese sentido, yo creo que los periódicos están más acobardados y más adocenados que nunca y me parece una muy mala noticia. Además, creo que este gobierno tiene una política de control de medios muy severa, que castiga mucho la independencia y la crítica y eso está ocurriendo en un momento en el que el sistema inmunológico del periodismo está muy bajo.
Eso que dices de “la presión del gobierno” se ha notado, sobre todo, en la caída de Pedro J. Pero, ¿es una cosa que se note a diario en las redacciones?
La caída de Pedro J. es, posiblemente, el paroxismo de esto que estoy diciendo, porque ha sido un derribo muy escandaloso y, aunque las connotaciones políticas no sean las únicas, éstas existen, no me cabe duda. Yo te puedo hablar de mi propia experiencia: nunca he notado, en los años que llevo ejerciendo el periodismo de opinión, con 3 presidentes distintos, unos intentos de censura tan explícitos, unas reacciones a lo que se escribe tan agresivas y unas amenazas tan claras de que te puedes quedar sin trabajo. Ni siquiera lo atribuyo al presidente Rajoy, porque creo que él desdeña la prensa, sino a su vicepresidencia y a la Secretaría de Estado de Comunicación. Nunca he conocido personas tan agresivas con la crítica periodística, ni con Zapatero ni con Aznar.
Hablemos del ABC. Decía Hughes “El ABC tiene una cosa que no tienen otros, el lector de ABC”, ¿lo has experimentado?, ¿sigue existiendo?
Lo primero es que Hughes tiene una gran pasión por el lector de ABC porque tiene una gran pasión por el ABC, porque él es de Valencia y tiene una “idealización madrileña”, que ya se le está pasando de vivir aquí, que incluye, entre otras muchas cosas, la calle Serrano y el diario ABC. Como Hughes es un tío muy elegante, estos gustos eran inevitables…
El lector de ABC, en realidad, es un animal mitológico que nadie sabe muy bien qué pinta tiene y, al mismo tiempo, una fuente de pavor dentro del mismo periódico. Yo creo que en ABC hay una autocensura que se basa en el miedo a ofender al lector de ABC, sea éste lo que sea. Parece que es un lector que no tiene ninguna capacidad de aguante en cuanto lo sacan de ciertos dogmas establecidos en el periódico. Mi experiencia, sin embargo, demuestra que es mucho más inteligente, flexible, con más ganas de jugar y de poner en cuestión sus propios prejuicios, de lo que el propio ABC cree. A lo mejor es que yo he llegado con cierta libertad, basada en la ignorancia de ciertas hipótesis muy sólidas del periódico y al tener esa “falta de respeto” a esos dogmas, he conectado con un lector menos estricto. También, el lector ha evolucionado: cuando Umbral ingresó en el ABC en los años 90, se tuvo que ir al mes por las amenazas de muerte de un lector que no quería, y esto es literal, a “un rojo en sus páginas”. Esto, hoy en día, es imposible porque la sociedad ha evolucionado, el periódico ha evolucionado con ella y el lector de ABC, por lo menos el de mi generación, el de los 40 años, es más abierto.
¿Hacia dónde ve Gistau que camina el futuro de la prensa?
La gran pregunta de la supervivencia del periódico es ¿en qué tiene que especializarse? Ahí hay otra derivada que es la del cambio de soporte, la famosa mudanza del papel a la pantalla; que eso es un trabajo psicológico que tiene que hacer el lector. Eso y acostumbrarse a la idea de que en pantalla se paga, que es algo que psicológicamente no ha aceptado nadie todavía. A la pregunta de qué tiene que hacer el periodismo para entrar en el futuro, ojalá lo supiera. Es verdad que la opinión es un valor añadido a la lectura. La radio, la televisión e internet han ganado en urgencia y en inmediatez para dar una noticia, sin embargo, el periódico sigue siendo el gran soporte para el análisis. Por supuesto, el periodismo social y las historias también me parece que pueden ser una marca de identidad de los periódicos del futuro, porque además tienen espacio para hacer una descripción prolija de cualquier cosa.
Pero creo que, sobre todo, lo que va a seguir funcionando es la exclusiva. Los periódicos siguen siendo, con sus exclusivas, los que marcan la discusión nacional, los que dictan los contenidos de las tertulias de la radio y la televisión. Ser el propietario exclusivo de una historia seguirá valiendo el siglo próximo como valió el siglo pasado. Eso será siempre el gran arma de los periódicos, en particular de algunos.
Has hecho reportajes de viajes, has escrito libros y guiones, ¿no se te quedan cortos los 3.000 caracteres de una columna, para contar historias?
No, si es opinión no. Para decir que Rajoy es guapo o feo, con 3.000 caracteres vas que chutas, si no, no eres periodista. Yo lo que procuro es no perder nunca de vista que el periodismo ofrece diferentes registros de escritura, e intento frecuentarlas todas: intento no dejar de ser cronista, además de la columna, hago la crónica parlamentaria y ahora incluso los fines de semana ¡tengo una página de corazón! Que parecerá una frivolidad pero me permite dar al lector más cosas, no un plato único.
Esa es la clave, porque la columna, sobre todo cuando un periodista es relativamente joven, es un poco una hornacina en la que terminas encerrado en tu salón, emitiendo opiniones mesiánicas que probablemente no interesan a nadie y puedes perder los hábitos del periodista: estar en la calle, preguntar, ir a buscar la noticia con tu libreta… Esas cosas se mantienen vivas con las crónicas y los reportajes y yo ese periodismo no lo quiero matar, no todavía. A lo mejor, a una cierta edad me veo en una cabaña encantado, al borde de un acantilado, aislado de la gente y rodeado de libros Schopenhauer y emitiendo opiniones en un periódico. Pero ahora mismo, desde luego, no me siento en edad de eso.
¿Alguna vez has leído una columna y has pensado “ojalá lo hubiera escrito yo”?
Me pasa constantemente. Pero no lo interpreto como “ojalá lo hubiera escrito yo” sino como “qué gusto leer esto”. Admiro a mucha gente, soy capaz de reconocer el talento ajeno y de no envidiarlo; de no quererlo para mí sino de disfrutarlo. Me pasa con muchos libros y con muchas columnas: con casi todas las de Arcadi Espada, con muchas de Manuel Jabois, del propio Hughes o de Ignacio Ruiz-Quintano. Como además son tipos a los que conozco personalmente y con los que tengo un grado de amistad mayor o menor, yo me alegro mucho de que la gente lo haga bien. No tengo esa sensación de querer usurparles nada, quiero disfrutar de su escritura como lector.
Con Jabois sí tengo la broma, como nos parecemos mucho y vamos juntos al Parlamento, y a veces improvisamos chistes en voz alta, siempre le decimos al otro: “no lo escribas, que es mío”, porque parece que nos vamos a robar…
Desde hace unos años, no sé si desde Mourinho o ya venía de antes, sois varios los columnistas que escribís sobre fútbol, ¿eso es síntoma de que los periodistas pisan la calle o más bien de que a los lectores ya no les interesan los temas serios? ¿Es que las grandes plumas ya no quieren ser contrapoder?
Es verdad que en los últimos tiempos ha coincidido que, en varios periódicos, empezaban a publicarse crónicas de fútbol con cierto barniz literario. Ha sido gracias a una hornada de columnistas: Jabois, Hughes, Jorge Bustos… Yo tal vez sea el mayor de ellos por edad: Somos amigos entre nosotros, hemos ingresado en los últimos años en el oficio y creo que sí hemos terminado emulándonos unos a otros, creando un club de conductas parecidas: Hemos empezado a hacer crónicas parlamentarias a la vez, hemos empezado a escribir de futbol a la vez, nos parecemos generacionalmente, y también eso ha coincidido, nos hemos potenciado los unos a los otros.
Además, somos una generación que ha roto con una superstición intelectual que atenazó mucho al escritor español hasta hace poco, que era que el futbol era un tema prohibido. Era una forma de esnobismo, el intelectual no podía descender al futbol. Era un prejuicio que los sudamericanos no tenían; hay una tradición de escritura futbolística en Argentina, por ejemplo, desde Osvaldo Soriano hasta Roberto Fontabarrosa, muy profunda y muy antigua. Pero en España, no había intelectuales que escribieran de futbol, estaba prohibido porque era degradarse. Creo que nosotros estamos ya liberados de esa superstición, sabemos que se puede escribir de futbol sin cometer ningún tipo de blasfemia contra nadie, contra ningún canon intelectual. Aparte de que creo que tampoco nos consideramos intelectuales, pero bueno, en el supuesto de que alguno tuviera la tentación de hacerlo: Es un tema más, un tema con grandes posibilidades narrativas, como lo es el boxeo, por ejemplo, del cual, debo ser yo el único en España que escribe; como lo es, en realidad, el deporte, un género lleno de posibilidades literarias porque hay personajes, hay conflictos, hay grandezas, miserias… y creo que nosotros lo hemos comprendido.
La época que tú decías de Mourihno, más allá de que un entrenador de futbol tenga la importancia que cada uno quiera darle, y que siempre será escasa, coincidió una intensidad de conflicto y narrativa que los periodistas, en un sentido o en otro, quisimos aprovechar. Fue un momento futbolístico especialmente intenso. Parecía una película de John Ford: un personaje malo, el Real Madrid de Mourihno, un personaje bueno, incluso con complejo de superioridad moral, que es Guardiola y su Barcelona. Ese choque homérico terminó diseminando pequeños Homeritos de periódico que quisieron narrarlo. Y fue una época muy divertida. Te advierto que yo he dejado de escribir de fútbol por pura hartura, ya no lo hago más. También he sido el primero en irse porque de repente he visto que a lo mejor lo que hacíamos se ha quedado ya agotado, se ha vuelto reiterativo.
¿Por eso dejaste de estar en Twitter?
No, dejé de estar en Twitter porque quería escribir y, de hecho, estoy escribiendo a una velocidad pasmosamente lenta, un libro. También, porque descubrí que Twitter tenía ciertas ventajas, por la interlocución que te permite con la gente, pero tenía muchos defectos. Si quieres te comento los dos o tres que me parecen más peligrosos para un periodista. El primero, el de la pérdida de tiempo; por el automatismo de consultar Twitter, a mí me han llegado a amenazar de divorcio. El segundo, es que el periodista tiende a crearse un grupo de seguidores muy endogámico para el cual termina escribiendo y eso es un error: confundir al público general, a tus miles de lectores potenciales, con los veinte tipos con los que hablas en Twitter, como si tuvieras ahí una muestra de laboratorio de tu lector. Terminas muy esclavizado, queriendo contentar a un grupito reducido de seguidores con los que hablas todos los días, convirtiéndote en un escritor particular de ellos. Aunque no te des cuenta, termina incluso quitándote libertad de criterio, porque quieres escribir para gustar a los veinte tíos que al día siguiente te van a decir lo que piensan de lo que has hecho.
Y, vuelvo a lo de antes, creo que Twitter potencia la pereza del periodista: ¿para qué salir a la calle si en Twitter lo tienes todo? Si piensa eso, terminará consumiendo sardinas en lata. Y eso también me parece muy peligroso. Yo creo que hay que seguir saliendo.
A mí me insisten en que es un error no estar, porque me pierdo muchas cosas, porque me pierdo posibilidades de autopromoción, pero prefiero no estar. Yo estuve y ahora no estoy, y creo que es mejor no estar.
¿Y el ego?, ¿es también un peligro de las redes?
El ego siempre es un peligro latente en nuestra profesión. Aquí no voy a dar nombres porque sería muy desconsiderado pero todos conocemos que en la profesión hay gente caracterizada por su soberbia o por su ego. Yo creo no tener ego pero, sin embargo, quiero gustar, que también es una forma de ego. A mí, escribir un día y que un texto sea mal aceptado –no me refiero a criticado por razones ideológicas sino a que haya una cierta unanimidad sobre que un texto mío es malo- ¡pues claro que me afecta!. Y que salga bien, ¡pues claro que me afecta!, me anima y me sube la autoestima. Pero espero tener el ego controlado y que no pase de ahí. Es verdad que es un trabajo público en el que hay una reacción inmediata a lo que haces, pero yo intento considerar que el ser periodista es un oficio que dura el tiempo en que tardo en hacer el trabajo, luego mi vida es otra, y a lo mejor prefiero hacer bien las cosas en otros ámbitos que me parecen más importantes, como el de la familia.
El otro día nos decía Pedro Simón que él intenta no seguir el ranking de noticias más leídas de su periódico
Me parece muy sabio aunque no sé cómo lo consigue, yo no sé si no te mentía… (risas). Está bien, Pedro Simón es un periodista, en ese sentido, que se busca historias propias y que ha creado un registro personal. No necesita escribir de la noticia de máxima actualidad sino de los temas que a él le gustan y que él encuentra. Además es un tipo muy sensible, hace un periodismo muy humano.
Yo creo que este tipo de rankings de “Noticias más leídas” establecen una competición deportiva que no sé si es la adecuada. Sobre todo, si el editor se deja llevar, porque los rankings además suelen ser de noticias muy pelotudas, “La mujer con tres tetas” y cosas así. No es precisamente el lector más maduro el que termina influyendo en esas listas. Con lo cual es verdad que tiene mucho peligro.
Hace poco había un capítulo en The Newsroom, donde a una mujer le ofrecían trabajo en una página web donde se cobraba más cuanto más clickearan en tu noticia, con lo cual, era invitación a la demagogia, al populismo, al periodismo amarillo, porque necesitabas muchos clicks para triunfar. Yo creo que el periodismo debería estar emancipado de esa tendencia, dentro de que es una empresa que tiene que generar dinero. Evidentemente si no te lee nadie no vas a seguir escribiendo ahí, porque te echaran. Pero habría que encontrar un equilibrio.
El nuevo periodismo introduce el punto de vista del narrador, que es uno más de la historia, como lo que hace Jabois. ¿Existe un punto medio para hacerlo, sin caer en el egocentrismo?
Los periodistas hemos sido educados en la idea de que el “yo” está prohibido, lo que pasa es que el nuevo periodismo americano relativizó esa prohibición. A mí ese periodismo del cual Tom Wolfe, Norman Mailer, son grandes representantes, me parece el género ideal. Porque hay una historia –una crónica, un reportaje- a la cual tú estás subordinado pero hay ciertas licencias para añadir literatura a la narración y para interpretar al mismo tiempo que la cuentas; que es lo que no hace la crónica descarnada de teletipo, que refiere datos sin más. Esa mezcla, siempre que los ingredientes estén bien proporcionados, para mí es el género rey del periodismo. Es muy difícil tener la oportunidad de desarrollarlo porque ir a cubrir un gran asunto nacional que te permita además un margen de opinión, de literatura, es muy complicado. Ocurre de vez en cuando, muy pocas veces. Jabois lo borda. Creo que incluso lo hará mejor con un punto de madurez mayor, cuando se olvide de que sus lectoras son chicas guapas, porque a veces parece que tiene que meter a Jim Morrison –que es él mismo- en la crónica. Pero desde luego es de las personas que mejor lo hacen en España. A Jabois lo puedes mandar a contar una historia y siempre te traerá algo maravilloso.
¿Qué haces para pulir tu propio estilo?
He aprendido con la edad. Los que hemos empezado en las columnas leyendo a Umbral hemos metido mucho la pata al escribir porque hemos tendido a la pirotecnia en el estilo. Creo que el gran aprendizaje mío personal en estos años ha sido renunciar al estilo, o por lo menos mitigarlo, y acordarme más del fondo, de la idea. Dar más importancia al pensamiento o a la idea que a la metáfora. Es una evolución que ha pulido un poco mi escritura, que la ha hecho menos pirotécnica, menos retórica, y tal vez, más madura. Pero insisto que es una evolución, porque el punto de arranque, y en esto me siento identificado con muchos periodistas que conozco, era el Umbralismo, la imitación de Umbral, y eso daba unos pastiches tremendos; porque Umbral es Umbral y cualquiera que lo imitara era ridículo.
Hay que saber estrujar bien el estilo como si fuera una toalla mojada, para que quede lo imprescindible, lo no ornamental.
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