Documentales como ‘The great hack’, recientemente estrenado por Netflix, ponen sobre la mesa los riesgos que la desinformación y la sustracción de datos privados suponen para los usuarios de la red, cuyos perfiles son analizados y segmentados para después utilizarlos en procesos comerciales y electorales.

El reportaje relata el escándalo de Cambridge Analytica, la empresa de Reino Unido que fue artífice del éxito del referéndum del Brexit o de la victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos, y que manejó los datos de casi 90 millones de usuarios de Facebook para utilizarlos en la estrategia de las campañas de esos procesos políticos.

El caso ha provocado que Facebook tenga que asumir una astronómica sanciónde 5.000 millones de dólares por la fuga de datos, y ha destapado un ‘modus operandi’ que tiene que ver con la nueva propaganda de los partidos y gobiernos, que según algunos expertos controlan ya muchos de los hilos que mueven la desinformación en la red.

La deseada personalización de contenidos, en la que empresas y medios habían visto una vía de extraer rentabilidad en la red, ha acabado generando micro cosmos informativos, las llamadas ‘burbujas’, fabricadas a la medida de las preferencias del usuario, y de las que éste tiene muy difícil salir. Internet, que ofrecía el acceso a la información y al conocimiento universales, ha acabado fragmentando y polarizando las posturas y opiniones. ¿Se ha convertido la red en una inmensa máquina de desinformación?

El profesor de Periodismo y Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid, Raúl Magallón, considera que las llamadas burbujas informativas “fragmentan la noción de verdad social”, simplifican la realidad e impiden que el usuario enriquezca su punto de vista sobre problemas complejos. “La maximización de la personalización con objetivos económicos también es responsabilidad de los medios de comunicación”, señala.

La polarización que generan estas burbujas impide que la información y los datos que el usuario encuentra en la red le hagan estar de verdad bien informado.  “La desinformación está generando una especie de desilusión colectiva respecto a internet”, considera Magallón.

Selección de fuentes

La clave para romper estas burbujas es seleccionar fuentes informativas creíbles y de calidad que enriquezcan los conocimientos del usuario de forma habitual sobre determinados temas. “Tenemos que conseguir que la información que consumimos en redes sociales y plataformas no sea impuesta por un algoritmo, sino por un proceso de selección de fuentes diversas gestoras del conocimiento”, sostiene el profesor.

En cuanto a las respuestas institucionales ante este fenómeno, todavía son escasas y poco coordinadas. “Ni siquiera aquellas soluciones que son más tecnológicas que políticas o culturales se están haciendo de manera coordinada”, lamenta Magallón. Son muchos los fenómenos a regular en el ecosistema de la desinformación, desde el big data a la inteligencia artificial, la alfabetización digital, las medidas de seguridad nacional, la transparencia en la publicidad o el discurso periodístico y las limitaciones a la libertad de expresión.

El problema no es solo la descoordinación entre los agentes reguladores, sino la sospecha creciente de que no hay un verdadero interés político en acometer esta tarea. Para Magallón, el problema va aún más allá. “Puede ocurrir que sea la polarización estratégica ideada y viralizada desde la política la que esté potenciando el desarrollo de la desinformación”, aventura.

De hecho, en los últimos años, cada proceso electoral ha supuesto, según Magallón, una “actualización automática del software de la desinformación”, a la par que se ampliaban las opciones políticas y se instalaba la idea de que las campañas no solo podían servir para persuadir a los potenciales votantes, sino para disuadir a los indecisos de acudir a votar. Además, en cada convocatoria electoral se han incorporado nuevas narrativas y formatos a las diferentes estrategias de propaganda digital.

El papel del fact-checking

En medio del caos de versiones y desinformación, la verificación de noticias ha surgido como una nueva tendencia periodística que recupera en parte el papel de ‘watchdog’ del periodismo. En Estados Unidos y Europa proliferan las iniciativas de fact-checking, aunque su trabajo no logre reparar el daño causado por la desinformación.

Además, el fact-checking relacionado con la información electoral en tiempo real necesita de un equipo y de recursos importantes para poder trabajar, algo que no siempre es posible. Luego está la verificación a largo plazo, más propia del periodismo de investigación.

Sin embargo, la verificación de noticias logrará sus objetivos solamente si logra crear comunidades que ayuden en la difusión de la comprobación de hechos.

Marta Sánchez Esparza | @martasesparza

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